La chismosa devoción por lo escabroso ha convertido a Jack el Destripador -ese Anibal Lecter del siglo XIX-, en una fuente de interés que el cine parece incapaz de superar. Son demasiadas las visiones y explicaciones entorno a un grotesco personaje que, pese a no concretarse en datos reales, genera tantas hipótesis como argumentos posibles hayan.
En esta ocasión los hermanos Hughes toman de guía la visión de un comic de los 90 que firmado por Alan Moore les sirve para construir un mundo en el que se recrean para generar multiples sensaciones. De ellas destaca fundamentalmente la angustia, la claustrofobia nocturna y suburbial por la que se mueve un mundo de prostitutas y delincuencia en lo que es un perfecto escenario de nausea en que ubicar horrendas carnicerías.
Con una fotografía que recuerda en varios aspectos (fundamentalmente en los coloridos celestes) a la gótica Sleepy Hollow del genio Burton -y en que el protagonista también era Johnny Depp ejerciendo de investigador-, con una Londres onírica al más puro estilo de la Drácula de Coppola, es poco lo que necesita el espectador para dejarse conducir por un relato de sobresaltos, sangre (con aislados planos explícitos) y fundamentalmente crudeza: la época que marcaba el transito al siglo XX no era ni mucho menos bonita, ni para nada limpia. Calles infestadas de suciedad orgánica y social recrean a la perfección un ambiente que, con lagunas (Heather Graham parece más Blancanieves que una puta barata, y alguna de sus compañeras parecen recién salidas de Cibeles) por si sólo construye una película que gustará a los que no se escandalicen por grados de violencia más o menos evidente. Pero claro, a ver que esperaban si la cosa va de Jack el destripador...