No importa que al espectador le interese o no el béisbol, pues "Moneyball" atesora muchos minutos de cine en estado puro.
Tiene una larga tradición la presencia del deporte en el cine popular estadounidense. Cualidades de aquella sociedad como la ambición, el afán de superación, la consecución de los sueños, encuentran perfecto reflejo en las canchas; por tanto, en las historias ejemplarizantes que a partir de ellas plasma la gran pantalla.
En Europa este tipo de películas deportivas no tienen la misma repercusión. Mucho menos si lo tratado por el guión es el béisbol, juego misterioso a nuestros ojos que aúna el esfuerzo físico con lo táctico, lo psicológico y hasta lo metafísico, como describió un gran admirador de este deporte, Paul Auster, en La Invención de la Soledad: "El béisbol le procuraba una imagen inamovible, un lugar donde su mente podía descansar, segura en su refugio, protegida de los caprichos del mundo".
Moneyball es una película bastante revolucionaria, pues lo que viene a contar es la derrota de unos valores tradicionales asociados al béisbol y, por extensión, a los Estados Unidos, a manos de los modelos teóricos, especulativos, que han acabado con el Occidente socioeconómico tal y como lo conocíamos.
La película se basa en un carácter real: Billy Beane, que en 2001 cambió de arriba abajo el modesto equipo en el que ejercía como responsable de fichajes con una estrategia inédita: en vez de atender al instinto, la costumbre, el carisma, los resultados colectivos, la ética, a la hora de reclutar jugadores, recurrió a los números personales, la estadística, la trastienda crudamente mercantil del deporte, consiguiendo resultados espectaculares hasta que todo el mundo empezó a imitar sus descubrimientos.
El hecho de que Beane hubiese fracasado antes como jugador de béisbol presta a su lucha contra los incrédulos en sus técnicas un aire de revancha que equipara Moneyball a La red social o 127 horas, films recientes centrados asimismo en individuos capaces de convertir su alienación según modelos convencionales de vida en un triunfo de tintes mefistofélicos.
Al espectador, sin embargo, no debe preocuparle que Moneyball gire en torno al béisbol. En concordancia con lo explicado, el deporte hace muy poca aparición en pantalla. El relato se centra audiovisualmente de modo elusivo, casi abstracto, en los tejemanejes que tienen lugar en despachos y vestuarios y en la personalidad de Beane, interpretado de modo totémico por Brad Pitt. Moneyball atesora muchos minutos de gran pureza cinematográfica.
Bien podría considerarse esta realización de Bennett Miller una secuela de Un domingo cualquiera (1999), aunque aquel film abordara el fútbol americano. Para Oliver Stone, el futuro del deporte y una sociedad apuntaba maneras que Moneyball confirma.