Cine reflexivo, cuatro personajes e infidelidades varias como hilo conductor que entrelaza los deseos de dos parejas sumidas en plena crisis matrimonial, son los elementos que presenta la interesante Ya no somos dos, absurda traducción del título original We don´t live here anymore.
Basada en los cuentos de Andre Dubus, el film refleja las miserias vividas por dos matrimonios jóvenes que experimentan una serie de cambios cuando el marido de una de las parejas inicia una relación con la mujer de su amigo.
El director John Curran reflexiona a partir de ahí acerca de la traición conyugal desde perspectivas diferentes, adaptándolas a cada uno de los personajes, eso si, mirando desde la barrera, lo que nos provoca cierta lejanía en el tratamiento. La película mantiene un buen pulso narrativo entre armonioso y sugerente, cortesía de una partitura de Michael Convertino que acompaña a la acción, en ocasiones pausada aunque certera. Y si en el guión descansan todas sus virtudes, no menos importantes resultan las interpretaciones que dan vida al texto, destacando por encima de todas ellas a Laura Dern, actriz algo apartada de los focos en los último años y que aquí demuestra todo su talento interpretando a Terry, la abnegada esposa de Jack (Mark Ruffalo, un habitual del cine indy), que a su vez mantiene una relación con Edith (Naomi Watts, aquí también metida a productora). Esta a su vez está infelizmente casada con Hawn (Peter Krause, conocido en la pequeña pantalla gracias a la popular serie Dos metros bajo tierra).
Premio al mejor guión en el pasado Festival de Sundance, su historia acaba constituyendo un efectivo retorno al más puro espíritu independiente en el que la solidez del discurso ligado a la labor interpretativa de calidad, supone recuperar un cierto prestigio algo olvidado por los programadores del festival. Su eficaz retrato generacional enmarca el destino de cuatro personas que caen en el adulterio en un intento de superar el sentimiento de soledad que inunda sus días, sin pensar en las consecuencias. Alejada de vacuas moralinas, ahonda en el territorio emocional sin tirarse del todo a la piscina, proporcionando al espectador una galería de almas desangeladas que se disfruta gracias al cuarteto protagonista.