La película la sensación de que estamos ante más de lo mismo, pero contado con un mayor desgana.
Tras la mirada hacia el pasado que supuso Underworld: La rebelión de los licántropos (2009), los responsables de la saga que enfrenta a vampiros contra hombres lobo retoman la línea temporal que se dio a conocer en Underworld (2003) y que prosiguió en Underworld: Evolution (2006). La presencia de nuevo en el cartel –y en buena parte del metraje– de Kate Beckinsale encarnado a la guerrera vampira Selene así lo atestigua.
En esta ocasión la saga que nació al rebufo de Matrix adopta elementos más propios de otra franquicia cinematográfica, la de Resident Evil, e introduce tramas que tienen que ver con la manipulación genética y con corporaciones médicas de siniestras intenciones. Todo ello sirve de telón de fondo para que descubramos a una Selene que despierta tras haber pasado más de una década criogenizada, y que regresa a un mundo donde los humanos han colocado a los vampiros al borde de la extinción, condenados a ocultarse bajo tierra esperando tiempos mejores.
El guión renuncia desde un principio a desarrollar líneas argumentales basadas en las intrigas y engaños entre la clase vampírica dirigente, algo que otorgaba un mínimo interés añadido a las primeras entregas de la saga. Liberadas de ese peso, la acción y la violencia campan a sus anchas, aumentando las dosis ya esperables de tiroteos, explosiones, peleas, monstruos, sangre, vísceras y muertes brutales. Los efectos especiales siguen rindiendo a un buen nivel, reforzados por la versión en 3D que también ha sido estrenada, y las atmósferas gélidas y sombrías continúan siendo uno de los puntos más remarcables a la hora de valorar el resultado final.
Como es fácil adivinar, no es precisamente en el desarrollo del argumento donde más esmero parece haberse puesto, dejándonos la película la sensación de que estamos ante más de lo mismo, pero contado con un mayor desgana que en ocasiones precedentes, acentuando así la impresión de agotamiento de la fórmula (pese a que ha funcionado bien en taquilla y no sería raro ver un quinto título estrenado dentro de unos años).
Los suecos Måns Mårlind y Björn Stein toman el relevo tras las cámaras, pero la sensación general es desangelada: se nos antoja que la cinta apenas tiene otro propósito que el de recaudar una buena cantidad de dinero, así como satisfacer las ansias fetichistas de buena parte de su audiencia, deseosa de ver a Selene embutida en látex y disparando a diestro y siniestro.
Pese a aceptar que esta saga vampírica es harto más digerible que la de Crepúsculo, y que El despertar no se hace excesivamente pesada –en buena parte porque apenas llega a la hora y media de duración–, cuesta recomendar su visionado a aquellos que no sean ya incondicionales de esta fantasía gótica y pseudo moderna repleta de acción, violencia y estética de videojuego.