Rodrigo García filma dos horas plagadas de altibajos narrativos que culminan, sin embargo, en un extraño poder emocional.
Glenn Close y Rodrigo García vienen a ser lo mismo que lo que una musa es para el artista. Habían trabajado juntos en la que fue la cinta novel del director, Cosas que diría con sólo mirarla. Ahora repiten comunión para un mayor desafío en otro relato de signo marcadamente femenino. Close, además, confirma la teoría de que existen actores destinados a la interpretación de un papel. La conexión de la actriz con el personaje se remonta a 1982, año en que interpretó a Albert Nobbs en los escenarios teatrales. Desde entonces, ha intentado llevarlo a la gran pantalla. Treinta años después, podemos disfrutar de toda la potencia de su encarnación.
Close ha declarado que este trabajo ha sido “el mayor desafío de su carrera”. En efecto, este proyecto personal de la actriz –coproduce, coescribe y pone su voz a la canción que cierra la cinta- se convierte así en el que quizás sea el punto culminante de su trayectoria y en una de las más asombrosas interpretaciones que se recuerdan en tiempo. Ya con sus primeras líneas de texto y su incombustible presencia deja boquiabierto al espectador. Convierte al viaje por las identidades ocultas que es Albert Nobbs en un recorrido fascinante e hipnótico del que difícilmente nadie podrá abstenerse del comentario y el elogio.
Albert Nobbs puede interpretarse como una reivindicación sobre el derecho al honor, a una vida digna y a la definición individual bajo cualquier circunstancia. Situada en el Dublín del siglo XIX, su trama propone un seguimiento de las correrías de un grupo de sirvientes de una casa de huéspedes centrándose en un atípico personaje, el incansable e intachable Albert Nobbs, quién vivirá una odisea interior y física debido a su inocencia sentimental y al peso de su soledad.
Amparada en una bella fotografía y una sensible aunque poco aprovechada banda sonora, Rodrigo García filma dos horas plagadas de altibajos narrativos que culminan, sin embargo, en un extraño poder emocional. Si bien la primera mitad del filme se define por la atonía y por una rigidez expositiva que se mueve sin acierto entre la comedia y el melodrama insípido, el resto de su metraje logra algo único. García hace que el espectador se vea envuelto inesperadamente en el baile de máscaras y personajes que ha entretejido durante la primera hora y caiga de repente en un paisaje decididamente conmovedor. Estamos ante una obra modesta pero hermosa, de evidente cariz teatralizado, que se apoya en la eminencia de un reparto británico sublime (con un par de excepciones, de nombre Wasikowska y Johnson) y en la pasión de su director por la inmersión en el universo femenino. Suerte, además, de tener ese gigantesco pilar llamado Glenn Close a quien le basta una mirada o un ademán para encubrir con brillantez las carencias ajenas.