Harlan es un buscavidas sin la suficiente suerte o carácter para ser un verdadero mafioso. Continuando con la tradición familiar que le costó la vida a su padre, su función de simple engranaje de los bajos fondos se altera el día que decide utilizar el dinero de una de sus transacciones para una "apuesta segura". A partir de ese momento, varios golpes de suerte (que no tienen por qué ser de buena suerte) le hacen vivir atropellados intentos de cambiar su rumbo, buscando el engaño con el que hacerse con el dinero para librarse de los lios en que progresivamente se ha ido metiendo.
Unido a Fiona, en una pareja a la que el director y guionista Gary Yates (con una variada experiencia que va desde la TV al diseño de producción, a la edición o al apartado sonoro) ya dedicó una cinta en el año 98 con el descriptivo título Harlan and Fiona, los giros y engaños serán una constante que les conduce entre rebotes al desenlace. La suciedad de su mundo, que con más elaboración habría sido una correcta representación del cine negro pero que queda huérfana de una estética que le dé personalidad, se hace sólo con espacio para sus tristes e incompetentes personajes, con mediocre falta de escrúpulos limitados a una débil tentativa de emular emociones mayores. Los diversos cambios en desangelado pasatiempo, si logran huir de la previsibilidad es más que por sus engaños por la cómplice aportación de apatía de Kevin Pollack, y porque con un desenlace que se anticipa al minuto 90, evita abusar de su justo de ritmo y escaso regusto, cumpliendo a base de mínimos con sus propósitos.
En lo demás, ni los fugaces encuentros de sus protagonistas con extras viviendo jolgorios navideños mientras reptan buscando una oportunidad miserable, sirven para una mínima reflexión sobre su desgracia. La citada desgana de Pollack parece reflejar la de su autor, y al espectador se le contagia por momentos, aunque afortunadamente evite el desastre moderando el tiempo.