En manos de otro realizador, este relato de auto-superación habría derivado en un típico panfleto turístico.
La compleja situación geográfica del Nepal, asfixiada por las pugnas entre India y China no resueltas ni política ni históricamente, ha convertido a esta república federal democrática en uno de los países asiáticos con un alto índice de analfabetismo. Su gobierno no ve como prioritaria la obligatoriedad de la educación y permite que el sistema educativo sea corrupto, con institutos de pago con funcionarios sobornables, porque parte de ese capital ilegal va a parar en sus arcas.
Ante este escenario, una joven mujer catalana decidió partir rumbo hacía Katmandú para intentar cambiar un sistema obsoleto, testimonio que se recoge en el libro Una Maestra en Katmandú, escrito por Victoria Subirana, y que la madrileña Iciar Bollain ha tomado como modelo para rodar un largometraje que ante todo pone los valores de la educación por encima de la denuncia social.
También termina siendo una excusa para mostrar en imágenes las complejas relaciones que mantienen las distintas comunidades étnicas nepalíes entre ellas, explorando algunas de esas manifestaciones culturales adscritas a las creencias religiosas regionales y que a veces pueden llegar a ser un impedimento para el desarrollo económico de muchas familias. Todo a través de lazos afectivos que se van atando magistralmente en una narración ágil y una historia que si no estuviera inspirada en hechos verídicos resultaría igual de creíble.
La protagonista de la cinta es Laia, una motivada maestra que decidió abandonar su acomodada vida de Barcelona. Cuenta con la ayuda de Sharmila, una joven profesora nepalesa que le facilita las labores de traducción y que será la que le presentará a Tsering, un chico dispuesto a forzar un matrimonio de conveniencia para que pueda obtener el visado definitivo que le permita iniciar un ambicioso proyecto con la que agrupar a todos los niños sin recursos en un mismo centro educativo. Pero en un estado corrupto es complicado llevar a cabo semejante hazaña, y más cuando el amor se mezcla de por medio.
En manos de otro realizador, este relato de auto-superación habría derivado en el típico panfleto turístico, en el que además de mostrarse algunos aspectos culturales del país, se tiende a magnificar las bellezas inhóspitas a las que difícilmente uno puede acceder cuando viaja (como hemos visto recientemente en Los Descendientes y sus magníficas vistas hawaianas o en la desastrosa Come, Reza, Ama, con una estética chill-out insoportable). Es el riesgo que se corre cuando se rueda en parajes exóticos, si bien Bollain ha optado por focalizar en el drama personal, dejando en segundo término esos paisajes de ensueño, que sólo se utilizan para hacer más soportable algunas de las calamidades a las que se enfrentan los protagonistas, personajes temperamentales pero contenidos en sus emociones, que se debaten entre el deber moral de seguir adelante y sucumbir a sus deseos personales (hablamos sobretodo de la estrecha relación que mantiene el matrimonio de conveniencia para sacar adelante los proyectos educativos a los que aspiran, compaginándolo con su cada vez más acercamiento amoroso irrefrenable; una difícil pulsión romántica que apoyada en las excelentes pero sacrificadas interpretaciones).
Katmandú, un Espejo en el Cielo expresa sin benevolencia muchos de los problemas universales que afectan a ciertos países subdesarrollados, pero haciendo de la denuncia un medio para plantear posibles soluciones que, como se constata en la historia verídica que hay detrás de las imágenes, pueden terminar siendo viables. Bollain insiste en que no se trata de recuperar e imponer a otras culturas esos valores en desuso de nuestras sociedades, sino enseñarles a prosperar con un modelo de educación integracional, que no marginey sirva para que desarrollen facultades intelectuales que les sean útiles para progresar tanto económica como culturalmente. Un apunte que puede aplicarse a nuestro modelo educativo y que resulta reivindicativo en los tiempos que corren.