En 1980 Robert Ludlum publicaba la novela "The Bourne Identity", que narraba la historia de un agente de élite del gobierno americano que en el curso de una de sus misiones perdía íntegramente su memoria. Fruto de las aventuras allí narradas, su traslado al cine promete una trilogía cuya primera entrega llega a la cartelera poco antes del inevitable estreno de las aventuras del engolado señor Bond.
Con menos nombre en todo caso, el hipercualificado agente interpretado por Matt Damon, en su recreación estilo Solid Snake (insigne personaje de una de las mejores sagas de videojuegos llamada Metal Gear) modula aquellos extremos en que se pierden las cintas del agente británico u otras que abusan de la excusa de un nombre que vende misiones imposibles.
El caso Bourne, por contra, peca de exageraciones ofensivas en momentos puntuales, hace una diligente defensa del cine de acción especialmente elaborada en su primera mitad, y en la que el desenlace ha perdido el ritmo justo para llevar la trama a algún lugar cuando los mayores puntos de interés se han consumido. A saber: que un hombre con facultades sobrehumanas, no tenga recuerdo alguno de su identidad ni razones para explicar sus grandes cualidades. La amnesia provoca una cierta simpatía que le une al espectador en el desconocimiento de sus "poderes", en tanto que le otorga una condición humana de la que debería carecer un frío espía de su nivel.
Paralelamente, inevitable la aparición del gobierno oculto que cómplice a las teorías conspiracionistas, es el creador del grupo de armas humanas a las que pertenece Jason Bourne. Ingrediente desencadenante de un thriller de justos excesos en que el tópico es sólo una finalidad en la que apoyarse. Aunque falta por ver si las continuaciones sabrán evitar males mayores.