Un viaje hacia atrás en el tiempo con la sensibilidad y la diversión como cúspides.
Cuando uno cuenta ya con unos años acumulados y entra en una sala a ver el retorno de Los Muppets (o Los Teleñecos de toda la vida, vaya) lo cierto es que tiene la convicción, basada en nada concreto, de que la cinta será todo un festival infantil que poco interés puede tener para un público crecidito. Pero Disney, que está detrás de esta bizarra operación de recuperación melancólica y la sabe muy larga, no sólo quiere contentar a la oleada de chiquillos que acuden al cine por inercia en cuanto se estrena una película con marionetas graciosas (sean las que sean), de paso, quiere que todo aquel espectador adulto que hubiera visto a los muñecos en su infancia se deje arrastrar de nuevo por su tierno poder.
Tras unos diez minutos de metraje, la factoría mágica opera el milagro. En efecto, el espectador despierto comprueba que, sí, desde luego está delante de una cinta orientada a un repleto patio de butacas de personajes menudos, pero también está delante de una muy cuidada e inspirada que también habla directamente hacia un sector más maduro y recupera el mejor espíritu de los muñecos, el mismo que nos contagió a todos hace ya algunos lustros. Sólo atendiendo al tándem protagonista – perfectos Disney girl and boy Amy Adams y, muy especialmente, Jason Segel-, nos damos cuenta de que nos brindan su mano para un viaje hacia atrás en el tiempo con la sensibilidad y la diversión como cúspides en esta montaña rusa.
El argumento, dada la génesis del producto, es muy simple: el supervillano de turno quiere demoler los antaño estudios de los Muppets para poder hacer excavaciones petrolíferas en la zona. Estos, al enterarse de tamaño agravio, deberán volver a unir fuerzas para reunir una cuantiosa cifra monetaria y así poder evitar el derribamiento, por lo que deciden hacer una maratón televisada para lograr recaudar los fondos necesarios. Es esta trama, demasiado liviana, la que juega la peor baza en el epicentro de este parque de atracciones por estar demasiado estirada en un metraje al que le sobran minutos. Aunque el resto pide a gritos subirse a la vagoneta.
Plenamente consciente de que podría tratarse de un intento superfluo de revivir un pasado televisivo y de su condición de demodé, la propuesta aprovecha este tirón para volverlo un tanto y construir un tobogán entrañable que conduce a una formidable puesta al día. Se trata de una cinta autorreferencial y autoparódica que maximiza sus recursos, jugando con los elementos que tiene tanto a favor como en su contra con marcado ingenio. Plagada de chispeantes ocurrencias, números musicales deliciosos, cameos memorables y frases impagables, Los Muppets se convierte, casi por sorpresa, en una celebración nostálgica alternativamente marciana y emotiva, con una diversión sin freno y sin pretensiones que da cuenta de que las afamadas marionetas no han perdido ni un ápice de su encanto.