El esfuerzo por crear personajes con personalidad propia naufraga entre viajes por las nubes, fiestas de instituto y peleas dignas de Bola de Dragón.
En 1999 dos estudiantes de la escuela de cine de Florida decidieron poner en práctica lo aprendido con una película que se convertiría en un éxito sin precedentes en el cine independiente. Eduardo Sánchez y Daniel Myric tiraron de imaginación para solventar sus problemas de financiación y decidieron filmar su opera prima con cámaras domésticas. Aunque La Bruja de Blair no fue realmente pionera (los preceptos del “cineme verite” ya se habían plasmado en ‘Holocausto Canibal’) supo sentar las bases de un cine que tendría después múltiples seguidores, especialmente en el género de terror. Incluso las grandes producciones dejaron a un lado las modernas y sofisticadas cámaras de Hollywood para rodar en 16mm. Es el caso de Monstruoso o de Chronicle, el último blockbuster que nos llega del otro lado del Atlántico.
Este abuso de la cámara doméstica ha llegado a ser pesado y produce en ocasiones el efecto contrario al pretendido, restando realismo y credibilidad a la cinta. En REC se solventó con la famosa frase “Pablo grábalo todo, por tu puta madre”. En Chronicle se justifica con la incapacidad del personaje protagonista de relacionarse con los demás, convirtiendo su cámara en una barrera que le separa de la realidad. Pero si el uso de la cámara doméstica está justificado aquí, no es por la personalidad de su protagonista sino por la vuelta de tuerca que la historia permite darle.
La cinta narra la historia de tres adolescentes que adquieren poderes telequinéticos y empiezan a usarlos con todo lo que les rodea, videocámara incluida. De esta manera muchas secuencias se interpretan más por el movimiento de la cámara que por lo que está sucediendo ante ella. Es esta la que retrata al protagonista y su personalidad, no la sucesión de diálogos y silencios que se suceden en pantalla. Esto es lo más destacable de una cinta tan convencional como efectiva, que retrata problemas y situaciones ya vistos en películas como Jóvenes y Brujas o La Alianza del Mal.
El esfuerzo por crear personajes con personalidad propia naufraga entre viajes por las nubes, fiestas de instituto y peleas dignas de Bola de Dragón. Se agradece que no haya una historia de amor apasionada al estilo Crepúsculo, que no se cree un mundo propio infantiloide propio de Hogwarts o que no haya una definición clara entre el bien y el mal, pero la ausencia de defectos no es una virtud en sí misma, y coloca la cinta en una zona gris, entre el cine de autor y el de encargo.
No ayuda el hecho de que la cinta se tome demasiado en serio a sí misma. La Alianza del Mal solucionaba las transiciones entre una acción y otra llenando la pantalla de abdominales y cuerpos semidesnudos, Chronicle lo hace con referencias a Schopenhauer y Kant. Pero obviando estos toques homoeróticos o pseudofilosóficos, los acontecimientos se suceden siguiendo el mismo patrón. Los esquemas narrativos se repiten sin apenas margen para la innovación, que queda relegada a un aspecto formal, un innovador uso de la cámara que nos retrotrae a 1999 cuando dos estudiantes de cine de Florida grabaron una historia convencional de una manera innovadora.