Un ejercicio de cine de desecho realizado de forma autoconsciente, aunque ni mucho menos tan divertido como pretende... a veces.
Ghost Rider: Espíritu de Venganza solo existe para que su productora, Sony Pictures, pueda conservar los derechos cinematográficos sobre el antihéroe creado por Roy Thomas, Gary Friedrich y Mike Ploog en 1972 para Marvel Comics.
Esto en sí no tiene nada de malo. Al fin y al cabo, el primer film sobre Johnny Blaze y su alter ego demoniaco, El Motorista Fantasma, tuvo un desarrollo holgado, de al menos un lustro, y el resultado, en acertadas palabras de nuestro compañero JBA, adolecía de una “simplicidad grotesca” digna de “de un freak aficionado en constante inferioridad de condiciones frente al reto que se le presenta.”
Ese freak aficionado era el guionista y director Mark Steven Johnson, culpable asimismo de Daredevil y lógicamente echado a un lado por la industria desde entonces. Sus recambios en Ghost Rider 2: Espíritu de Venganza han sido el dúo formado por Brian Taylor y Mark Neveldine, quienes, gracias a las dos entregas de Crank y a Gamer, se han ganado cierto culto por su dedicación entusiasta a un cine basura libérrimo; un cine en el que argumentos y formas beben sin orden ni concierto, sin sentido de la vergüenza ni sometimiento a prédicas culturales bienintencionadas, del séptimo arte popular, el cómic, los videojuegos, los videoclips y la cultura virtual.
Precisamente por ello, no se pueden catalogar como buenas las realizaciones de Neveldine y Taylor de acuerdo a categorías tradicionales. Es difícil saber hoy por hoy si nos encontramos ante títulos revolucionarios o, lo más probable, que no duren en la memoria colectiva ni lo que su retirada de las carteleras. Tampoco sabemos si eso les importa a nuestros directores. Lo dudamos, vista Ghost Rider: Espíritu de Venganza.
La película nos presenta a Johnny Blaze (el incombustible Nicolas Cage) apartado del mundo en algún lugar de Europa del Este, convencido de que para estar a salvo él mismo y no amargarle la vida a los demás lo mejor es no dejar salir más de su interior a la bestia flameante que le poseyó cuando vendió en su juventud el alma a Mefisto. Sin embargo, se verá obligado a volver a la acción para proteger a un chaval que podría convertirse en el recambio físico de otro demonio, Roarke (Ciarán Hinds, que no sabemos muy bien qué pinta aquí).
Quien haya visto otro subproducto reciente con Nicolas Cage, Furia Ciega, ya sabe lo que encontrará en Ghost Rider 2: idas y venidas aburridas, escenas de acción más o menos espectaculares cada ciertos minutos, un enfrentamiento final lleno de tópicos, y una relativa paz para el Motorista Fantasma que no quita para que se insinúen más secuelas.
Pero al ubicarse la acción en siniestros escenarios turcos y rumanos, al aparecer iconos trash como Christopher Lambert, al hacer acto de aparición un extemporáneo humor puntual y varias escenas de animación explicativas, la sensación de cochambre marciana se acrecienta, hasta llegar a momentos sublimes de puro absurdo, como la confesión seguida de comunión entre Johnny Blaze y el gamberro Moreau (Idris Elba), otro guerrero en esa batalla sobrenatural entre el bien y el mal que a nadie le importa.
Eso, los inquietantes efectos digitales que atañen al Motorista, y un trabajo de dirección y montaje más claro de lo habitual en Taylor y Neveldine son lo más rescatable de Ghost Rider: Espíritu de Venganza. Que, por lo demás y como ya hemos avisado, es basura pura y dura. El problema reside en que, como tal, no es lo bastante sugestiva.