Como tantos otros cineastas, el británico Peter Greenaway tuvo su momento de gloria para ser olvidado después. Hace treinta años, era imposible estar en la onda sin haber visto realizaciones de Greenaway como El contrato del dibujante (1982) o El vientre de un arquitecto (1987). Pero, después, su cine, de talante multidisciplinar, casi videoartístico, fue dejando de interesar, y proyectos tan megalomaniacos como Las maletas de Tulse Luper han tenido mucha menos resonancia de la esperada.
Habiendo cumplido los setenta años, Greenaway parece dispuesto a poner en valor de nuevo su nombre, y ha anunciado que dirigirá una película por año hasta que cumpla los ochenta, algunas de ellas en registros más accesibles de lo que en él es habitual: un biopic del cineasta Sergei Eisenstein y otro del pintor Hieronymus Bosch, una comedia romántica (sic)…
Sin embargo, la propuesta que ha causado más interés es la de volver a llevar al cine Muerte en Venecia (1912), magistral relato del escritor alemán Thomas Mann que ya adaptase Luchino Visconti a la gran pantalla en 1971 (en la imagen), y que también cuenta con una versión operística de Benjamin Britten.
Muerte en Venecia es una digresión literaria de carácter filosófico y sumamente estético sobre la pérdida de la juventud y la muerte, no solo del maduro protagonista sino de una época. Teniendo en cuenta la edad citada de Greenaway y su reiterada idea de que el cine como tal murió hace años, sobre el papel es un film que puede dar grandes resultados artísticos.