Terror críptico y atmosférico, gracias a una torrencial dirección artística y a un diseño de producción.
Muchos esperaban el retorno de Daniel Radcliffe a las pantallas después de haberse convertido en un personaje de difícil olvido, de esos que pueden lapidar a un intérprete para siempre. Pese a que el actor (o su agente) ya ha tenido ingenio suficiente para intentar reinventarse, éste nuevo rol parecía la oportunidad perfecta para lograr el objetivo. El ex mago adolescente ha elegido un filme británico de terror, de director desconocido pero aplicado, donde da perfecta cuenta de quien ha sido y quien es ahora. Estamos delante de un actor ya adulto que resulta creíble en el papel de viudo reciente con hijo a cargo y a quien le importa poco la vida que le envuelve. El intérprete desarrolla una composición que se mueve entre la melancolía y el estoicismo, que se apoya igualmente en excelentes secundarios como Ciarán Hinds o Janet McTeer.
Tanto Radcliffe como esta cinta demuestran, además, un curioso fenómeno: ambas entidades guardan similitudes y sostienen diferencias en cuanto a lo que las precede. Es decir, si bien el renovado actor consigue que nos olvidemos de Harry Potter aunque se evidencien rastros interpretativos de aquel, a la terrorífica propuesta le sucede algo parecido: está plagada de los mismos recursos narrativos y lugares comunes que vierten todas y cada una de las películas de terror con fantasma de los últimos años pero juega a la variabilidad de los términos. Hay un algo, o un mucho incluso, que la diferencia del resto.
La mujer de negro plantea un terror críptico y atmosférico, gracias a una torrencial dirección artística y a un diseño de producción que ya quisieran muchos realizadores para sí, que sorprende por acercar de manera explícita al protagonista con el espectro, llegando incluso a sugerir y subrayar la convivencia entre ambos y creando, de este modo, un sorprendente escalofrío. Pocas veces hemos visto tan tangiblemente que espíritu y humano estén tan próximos durante tantos minutos seguidos de metraje, lo que también da buen pie a largas secuencias sin diálogo alguno que se dejan inundar por una potente e inteligente banda sonora y en las que se pone a juego el temple del espectador.
Nunca se llegan a conocer las circunstancias exactas que han desembocado en los hechos acontecidos, dejando al espectador la tarea de la fabulación. Ni siquiera el guión pretende ser un dibujo de caracteres del particular pueblo de los malditos retratado, aunque veamos a familias destrozadas o asistamos a un particular pasaje del terror de feria. Tan sólo juega a la insinuación para dar mecha rápida a lo espeluznante. Su argumento empieza siendo demasiado elíptico -lo que, en este caso, se convierte en algo positivo- pero, a mitad del recorrido y en contra de lo que las leyes de este género dictan, ya se han revelado las motivaciones embrujadas del entramado.
En el fondo, La mujer de negro no es más que un juguete pasarratos para agarrarse a quien se tiene al lado. Otra cinta de espectros del más allá con sed de venganza y casas pesadillescas que juega con los clichés de siempre, pero tan esforzada, bien interpretada y mejor coreografiada que logra pasajes de verdadero pasmo y momentos de asombro. Eso es precisamente, y pese a sus debilidades varias, lo que la hace meritoria y más interesante que otros productos de similar talante. En su diferencia dentro de la semejanza encuentra su peso, fantasmal, claro.