Pese a su dinamismo y a su acertado sentido del suspense, la historia va perdiendo fuerza a medida que avanza.
Un grupo de trabajadores de una compañía petrolífera sufre un accidente aéreo y se estrella en el norte de Alaska. Los supervivientes acaban perdidos en mitad de un paisaje helado, sacudidos y maltratados por el inhóspito clima. A la ardua tarea de regresar a la civilización se sumará la persecución que sufren por parte de una manada de lobos salvajes, quienes les acecharán y tratarán de darles caza de forma paciente pero implacable.
El director Joe Carnahan, curtido en cintas de acción –Narc (2002), Ases calientes (2007) y El Equipo A (2010)–, aparece como firmante de un producto que aparentemente quiere ser un thriller de supervivencia, pero que ya desde sus primeros compases ofrece detalles atípicos que harán derivar paulatinamente al argumento hacia el existencialismo. El discurso inicial del cazador a quien da vida un sólido Liam Neeson, con flashbacks y oscuras referencias a su pasado, deja el terreno preparado para que el ingrediente más espiritual y humano de la historia encuentre su espacio, no chocándonos cuando volvemos a encontrar con cierta regularidad retazos similares a lo largo del metraje.
En lo referido a la cacería que sufren los humanos protagonistas, decir que Carnahan rueda con buen pulso y sabe sacar partido a la combinación de meteorología adversa y ávidas bestias, creando tensión y una permanente sensación opresiva, aunque los personajes se hallen en terreno abierto en muchos momentos. Ahora bien, pese a su dinamismo y a su acertado sentido del suspense, hay que reconocer que la historia va perdiendo fuerza a medida que avanza. En parte debido a esos flashbacks que rompen el ritmo, pero no debemos descartar tampoco la linealidad y simplicidad de lo narrado –al final acaba pesando que se rocen las dos horas de duración–, así como la firme apuesta de sus responsables por destacar la carga emocional implícita a este drama por la supervivencia, que por desgracia no siempre termina de funcionar.
Aceptando que debido a su naturaleza reiterativa pueda causar cierto tedio –rematado por un clímax que dejará frío o enojado a más de un espectador–, al menos hay que reconocer que los personajes no respondan a los arquetipos más habituales, y que se haya pretendido otorgarle cierta profundidad al producto final, tratando la cuestión de cómo el ser humano se transforma para sobrevivir en medios hostiles, imprimiendo a la trama una buena dosis de tristeza y desesperación que son palpables en cada uno de los protagonistas, más que meros estereotipos.