Chabrol, director del estreno que nos ocupa, es considerado uno de los impulsores de la Nouvelle Vague. Máxima expresión del movimiento revolucionario cinematográfico supuso la renovación de temáticas no exploradas hasta ese momento amén de la utilización de estilismos que abrieron nuevos caminos a una nueva forma de hacer cine. Esta (r)evolución en el arte cinematográfico adoptó diferentes vertientes artísticas gracias a la arrolladora personalidad de cada uno de los cineastas que participaron del movimiento(Truffaut, Rohmmer, Goddard, y muchos otros) y que sin duda influyeron en generaciones posteriores.
Claude Chabrol hizo suyo el género policíaco y con los años se fue convirtiendo en un autor inquietante, especialista en la exploración psicológica de unos personajes cínicos, moralmente cuestionables y dispuestos a cometer cualquier delito sin cuestionarse la consecuencia más inmediata.
Con una completísima filmografía que permite detectar su fascinación por la mente asesina (desde sus primeros films Landrúo El carnicero hasta las últimas La ceremonia o Gracias por el chocolate), muestra en su trayectoria temáticas que diseccionan la complejidad psicológica de personajes pertenecientes a una sociedad pequeño-burguesa de dudosa moralidad.
Tras esta premisa se presenta su última propuesta Dama de honor, basada en la novela de Ruth Rendell, autora a la que ya adaptó Chabrol en La ceremonia. En la película encontramos a Philippe (Benoit Magimel, La pianista de Haneke) un chico joven que vive con su madre y hermanas una existencia de lo más apacible. En la boda de una de ellas, Philippe conoce a Senta (Laura Smet), iniciando así una relación pasional que le llevará a plantearse cometer una macabra prueba de amor.
Con esa base Chabrol analiza una y otra vez las constantes vitales de su cine tras las que se esconde un notable ejercicio de estilo consistente en un acertado sentido de la elipsis con el único motivo de centrarse en el comportamiento de los personajes conforme avanza la narración. Cabe destacar la indudable maestría del cineasta en el manejo de la historia, lección impagable de un director que mantiene al espectador en tensión sin necesidad de aspavientos ni trucos efectistas de ningún tipo, sino con contención elegancia en el discurso y unas interpretaciones de lujo. Así da gusto.