La analogía de los métodos mafiosos y los de la industria del cine llevada a cabo en Cómo conquistar Hollywood, podría facilmente extraerse a otros terrenos como el de la música. Es la fácil conclusión alcanzada para plantear su continuación, la nueva forma de devolver a John Travolta al papel de Chili Palmer y así mostrar la eficacia de la frialdad del gangster en el mundo de los negocios.
En la primera ocasión, la dirección corrió a cargo de Barry Sonnenfeld, algo más dado a la comedia a pesar de que entonces sólo había dirigido el humor negro de la familia Addams, las dos entregas de Men In Black aún estaban por llegar. El cambio a Gary Gray, autor del remake de The Italian Job para mayor gloria de cierto vehículo esponsorizado, no parece significativo al igual que la variación de guionistas. A Barry entonces le acompañaba Scott Frank (guionista de Minority report, pero también de El vuelo del Fénix) , y a hora a Gray le escribe Peter Steinfeld, que firmó la secuela de Ramis Otra Terapia Peligrosa. Ninguno de ellos es por sí mismo decisivo en el resultado, en sus respectivas carreras entran todos en unos mínimos de corrección comercial que aquí dan con un balance desigual. Si por un lado Be Cool tiene algunas escenas cómicas efectivas, la pretensión de abusar y exprimir supuestos filones resulta lastimosa. Con la obligación añadida de cumplir con ciertos "incentivos" como meter a Steven Tyler y Joe Perry (voz y guitarra de Aerosmith respectivamente) en la trama de ascenso de la protegida de Palmer, o que este y Edie Athens (Uma Thurman) se marquen unos bailes para rememorar tiempos mejores -rentables en marketing indirecto-, no hacen si no demostrar su único propósito de mediocridad agradecida para público de viernes noche, que busca las risas que trae consigo.
Su humor, entre lo simple y lo ridículo se sirve en reincidencia, en ocasiones como un mal reflejo del cine de los Zucker (Aterriza/agárralo como puedas...), aquí inserto en una trama que se alarga sin sentido, alargándose hasta las dos horas sin escatimar en actuaciones musicales o estomagantes entregas de premios bastante incomibles ya en la vida real. Concebida para aglutinar caras famosas y recordar qué hicieron en el pasado sus protagonistas bajo la dirección de alguien con talento (que recuperó en el cine a quien no lo merecía, antes de encumbrar a Thurman a golpe de katana) demuestra que sí hay diferencias entre el modus operandi mafioso y de la crematística del cine: aquí hace falta mucho menos para exprimir la taquilla, y quienes pasan por caja lo hacen agusto y con una sonrisa.