En temporada de estrenos de peso y con unas cuantas biografías e historias que tienen como eje central a poderosas féminas que afrontan sus particulares adversidades (ahí están La dama de hierro y Criadas y señoras como buenos ejemplos) resulta especialmente apropiado el lanzamiento español de Mi Semana con Marilyn, un esperado acercamiento a la bella Marilyn Monroe a través de las memorias de Colin Clark, quien la conoció durante el rodaje de El príncipe y la corista, junto a Laurence Olivier.
Decimos esperado porque hasta ahora nadie se había atrevido a realizar ningún filme hecho y derecho sobre la icónica actriz, aunque la idea llevaba años circulando por despachos y mentes cinéfilas. Finalmente, ha sido un director de la pequeña pantalla quien ha obtenido el honor de encargarse de esta recreación de la ambición rubia y de todo el mundo que la rodeaba. Por supuesto, esta vivificación resulta interesante precisamente por eso, por dar vida a alguien tan recordado como Monroe. Tristemente, parece que el filme sólo quiera explotar el lado más legendario de la intérprete para olvidarse del resto.
Su guión, aunque bien estructurado y con suficientes pasajes sugestivos, resulta demasiado artificioso como para desarrollar los rasgos de la persona y mito, haciendo que las emociones que podría haber dado queden en un vacío lamentablemente palpable. Es quizás su escritura a medio gas entre el biopic folletinesco y el glamour gratuito, así como el origen televisivo de la dirección, las que lastran el producto. Y es que Mi semana con Marilyn es una de esas cintas agradables, entretenidas y más o menos resueltas que funcionan bien entre el público mayoritario pero nunca ofrecen nada más que una bonita y complaciente fotografía.
Por suerte, tenemos a una gran actriz, de meteórica carrera pese a su juventud, que carga a sus espaldas toda la carga del filme con plena conciencia de la situación y de a quien está interpretando. Rodeada por un excelente equipo de actores secundarios capitaneados por un sorprendente Kenneth Branagh (aunque todos ellos merecen mención) está Michelle Williams como la viva encarnación de la leyenda en una composición esforzada y loable. Seguramente, sin ella y el resto de actores que engrandecen la pantalla con su presencia, este filme hubiera estado cercano al fracaso.
La actriz hace una excelente labor de mímesis apropiándose de gestos y manías de Monroe de esos que han permanecido intactos en el imaginario colectivo y crea un personaje atractivo y con suficiente aplomo como para animar la función. Pero hay un problema insalvable y es que Marilyn sólo hay una, por lo que resulta difícil no disociar a la actriz contemporánea de la actriz-heroína y olvidar que lo que estamos viendo es, simplemente, otro biopic al uso.