La invención de Hugo' termina por ser un trabajo imperfecto que no termina de convencer en demasiados aspectos.
Hay genios que son incuestionables. Al menos es lo que se desprende a la luz de las reacciones de los críticos del mundo entero ante la nueva criatura parida por Martin Scorsese. Los calificativos vertidos sobre La invención de Hugo harán pensar a cualquier espectador que se enfrente a su visionado que va a presenciar una de esas extraordinarias –y escasas– películas que justifican por sí solas la existencia del séptimo arte.
No se nos entienda mal. No es que esta adaptación de la novela infantil de Brian Selznick (ganadora del premio Randolph Caldecott en 2008) sea mala. Sus dos primeros minutos, pura virguería visual, nos sumergen en una imaginería particular que nos envolverá a lo largo de las dos horas de metraje. Tanto la recreación de la parisina estación de Montparnasse como cualquier otro escenario donde se desarrolla la acción adquieren unos niveles de perfección únicamente alcanzables por realizadores tan perfeccionistas como el neoyorquino. No en vano los cinco Oscars que ha cosechado el filme –de los once a los que optaba, eso sí– responden en su inmensa mayoría a su impecable apartado técnico: dirección artística, fotografía, mezclas y montaje de sonido y efectos visuales.
Tampoco es desdeñable el tributo que se rinde a los pioneros del cine, con George Méliès a la cabeza, echando la vista atrás hacia épocas más cándidas, y sirviendo de paso de instructivo repaso a los orígenes del arte del celuloide. Asimismo, es reseñable que Scorsese haya cambiado de registro tan radicalmente, aparcando momentáneamente sus historias de gangsters y documentales de diversa índole, entregándose con empeño a esta película apta para todas las edades, con el añadido del 3D para dotar de mayor espectacularidad al conjunto.
Superada la sorpresiva firma del ambicioso italoamericano en un producto de estas características, y abstrayéndonos de las exageradas críticas, La invención de Hugo termina por ser un trabajo imperfecto que no termina de convencer en demasiados aspectos. Por un lado sus aires de fábula cojean debido a problemas de ritmo, producidos por un guión simple que avanza con parsimonia, sin lograr capturar al espectador desde el primero al último fotograma. Uno se pregunta qué cotas habrían alcanzado dos directores tan distintos como Jean-Pierre Jeunet –vitalista y desbordante– o Tim Burton –ensoñador y mágico– con este material de partida, y la respuesta deja en mal lugar al director de Shutter Island, cuya nueva película ni conmueve ni emociona (o al menos no en la medida necesaria).
Desde el punto de vista del cine familiar, la película queda en tierra de nadie. Los niños probablemente terminen algo agotados por su duración y la seriedad de ciertos puntos tratados, mientras que los adultos seguramente no acaben de creerse las casualidades que están demasiado presentes en la trama, así como determinadas decisiones que son excesivamente obvias y que no sorprenden cuando finalmente se toman.
En lo referido al homenaje cinéfilo, por su parte, las buenas intenciones de Scorsese se traducen en una falta de sutilidad alarmante, tratando de epatar de un modo muy brusco –aunque tiene momentos realmente logrados–, y haciéndonos recordar a una cinta como Rebobine, por favor (Michel Gondry, 2008), que lograba resultados mucho más emocionantes partiendo de una premisa más modesta (y de un contexto más friki, para qué negarlo), constituyendo una bonita mirada a los primeros pasos del cine como esfuerzo colectivo.
En conclusión, podemos asegurar que las altas expectativas jugarán una mala pasada a quienes vayan predispuestos a ver la obra maestra que nos han querido vender algunos. Por mucho que Scorsese ande detrás, y pese a contar con un apartado técnico y una planificación que hacen honor a los mecanismos de relojería que trufan la historia, La invención de Hugo no deja de resultar irregular y un poco decepcionante.