Los diálogos son en ocasiones surrealistas y en otras simplemente incomprensibles.
Cuando Delacroix hizo su serie de litografías inspirándose en la obra de Göete prescindió de la relación entre Margarita y Fausto para centrarse en la de este último y Mefistofeles. Interpretó libremente el libro para crear su propio universo. El propio Göete reconocería en las famosas Conversaciones de Ekerman que superó incluso su propia visión de la historia. “Delacroix es un artista de un talento raro que ha encontrado en Fausto el alimento preciso” diría de la obra del pintor.
Casi dos siglos después es otro artista de talento raro, Alexander Sokurov, el que se atreve a interpretar libremente los renglones del genio alemán. No sabemos que opinaría Göete del resultado, pero si lo que opinaron los miembros del jurado de Venecia, que concedieron a la cinta el máximo galardón en una de las decisiones más polémicas de la historia del festival. Muchos, entre los que se incluye el redactor de estas líneas, se atreven a aplicar aquí la moraleja de la fabula del rey desnudo.
La película comienza con el primer plano de un pene putrefacto para acto seguido enfocar unas vísceras. Toda una declaración de intenciones. La cámara busca desesperadamente la fealdad, quiere incomodar, desasosegar. Y lo consigue. Esta agilidad en el enfoque contrasta con la torpeza de los personajes: se mueven de forma lenta, se chocan, tropiezan, parecen andar sin un rumbo fijo. La historia adolece de los mismos defectos.
Los diálogos son en ocasiones surrealistas y en otras simplemente incomprensibles. Están al servicio de una potente fuerza visual y una carga simbólica abrumadora. Las reacciones del protagonista y el desarrollo de la historia obedecen a unas normas propias, no se rigen por la lógica del mundo real. Estamos ante cine en estado crudo. Y siguiendo el símil gastronómico, no todos los paladares están hechos para saborear el plato que ha cocinado Sokurov, es una propuesta difícil de digerir. Haciendo acopio de comprensión, con dos tazas de café y una enciclopedia en la mano se puede decir que Fausto es una buena película. Sin todos estos elementos se corre el riesgo de aborrecerla o simplemente caer dormido.
Con Fausto, Sokurov cierra su tetralogía sobre el poder. Antes se había aproximado a personajes históricos como Hitler, Hiroito y Lenin. En esta ocasión el director ruso hecha mano de un personaje literario para explicar los entresijos del ama humana. Una tarea harto difícil pues las explicaciones son densas, lentas y enrevesadas. No obstante hay que reconocer que como Delacroix, Sokurov tiene talento. Pero este se aproxima demasiado al del pintor, es un talento plástico, meramente visual. Un talento raro que engulle todo atisbo de historia.