Hay obras grandes a las que el cine hace para siempre pequeñas. Libros, videojuegos o cómics que de haber tenido una representación distinta en la gran pantalla, podrían haber alcanzado la repercusión que merecía su fuente original. Con algo de esmero y equilibrio, podrían haberse realzado en el imaginario colectivo al transformarse en fotogramas.

La repercusión del videojuego como sector, hace que pese a los generalmente aciagos resultados en sus trasvases a cine, la situación no sea tan grave: sus nombres pueden haberse hecho lo suficientemente grandes en su fuente de origen como para no importar tanto si la adaptación hace ganar o no audiencias ante el proyector. No siempre ha sido así, y en épocas en que los jugadores eran franca minoría, el cine podía haber sido un aliado a la hora de expandir marcas en lugar de ahogarlas con sus conversiones bochornosas. Lo de siempre: demasiada inversión en licencia, confusión a la hora de buscar audiencia… y Uwe Boll, por supuesto.

Pero hay casos aparte, y pocos comparables al que motiva estas líneas: La Torre Oscura. Un libro tan grande, que de hecho es una serie de ellos. Siete escritos durante décadas, su mayor parte con varios centenares de páginas. Con innumerables interrelaciones con la dilatada obra de su autor, el prolífico Stephen King, para ser conscientes de todo lo que tiene realmente que ofrecer habría que dejarlo todo y leer gran parte de su obra en exclusiva durante años (y, sí, con sus particularidades de género de suspense, aquello podría no ser sano).

La cuestión es que pese a su gran cantidad de lectores más o menos fieles, no son tantos los que han explorado el vasto universo postapocalíptico de La Torre Oscura, síntoma de las dificultades de algunas obras para hacerse entender. Y atendiendo nuevamente a la realidad de Hollywood, no parece que el cine vaya a ser precisamente un aliado: el proyecto, que lleva años dando saltos de unas manos a otras, vuelve a reencenderse tras la suspensión que siguió a su diseño faraónico, una combinación de serie y trilogía de cine para tratar de estar a la altura de las circunstancias. Ya.

Un J.J.Abrams crecidito dio la espantada de tal forma a su adaptación que permitió a Ron Howard acabar de candidato por sus rasgos de apuesta segura. Ahora, con los rumores de que la maquinaria vuelve a encenderse, se mantiene como apuesta tras la cámara. Más dudas genera el puesto de actor principal: incomprensibles excentricidades y modas irritantes llevaron al españolísimo Javier Bardem a sonar para Roland Deschain, que si bien es evidente que Clint Eastwood no puede encargarse de un papel hecho a su medida, sí habría resultado casi aceptable el de Daniel Craig. Y queda la duda de si los saltos en formato serie de NBC a HBO -quien finalmente se hace con el encargo- aspiran a estar a la altura cinematográfica, de si harán algo tan atípico como contar con un reparto idéntico al del film, o si por el contrario serán una variante más de merchandising para un producto al que difícilmente le siente bien tanta explotación.

Ante la magnitud del reto, intuyendo con facilidad las escasas posibilidades de que La Torre Oscura salga con acierto del espacio que cuidadosamente diseñó su autor (ya lo hizo en formato cómic, limitado a infatigables viñeteros), uno prefiere que de ninguna forma el cine encierre a su historia en el inconsciente colectivo como una extravagancia inspirada en literatura de ficción (Corazones de la Atlántida, uno de tantos libros de King que ya servía interrelaciones a La Torre Oscura, padeció esa suerte). Al fin y al cabo, entre remakes y reboots en la industria ya tienen para estar entretenidos, mejor no destrozar más mitos, aunque el gran público nunca llegue a comprender cómo de míticos son.