Sus interpretaciones son lamentables, su guión es reiterativo y su edición y montaje denotan una mala gestión de recursos.
Teniendo en mente la lejana y precursora El proyecto de la bruja de Blair, cine amateur de terror desnudo rodado con escasos medios aunque pero enormes resultados, y la reciente Chronicle, pura vocación indie con resonancias fantásticas de cómic, todo apunta a que la “técnica del metraje encontrado” se mantiene en forma con el paso de los años. Cierto que ha sido fuente de constante controversia por pretender ser pura apariencia de realidad, jugando al engaño constante con el espectador, pero la taquilla sigue mandando.
Pasando por otros nombres como Monstruoso, nuestras [REC], las Paranormal Activity o La cuarta fase, comprobamos que este formato sigue teniendo un impacto visual inconsciente en el espectador, sacándole los miedos más profundos y logrando altas cotas de verosimilitud. Por si fuera poco algunas se han vendido en su momento como “verdaderas”: la última mencionada, La cuarta fase, llegaba al extremo insospechado de afirmar en su prólogo que las cintas grabadas eran absolutamente ciertas y que el filme quería ficcionar esas cintas encontradas. Por supuesto, muchos picaron el anzuelo y creyeron estar delante de toda una revelación sobrenatural.
Más o menos por estos mismos parámetros viene construida Devil inside, producción de terror también de espíritu independiente (aunque con una major detrás como insólito apoyo) y con un presupuesto de esos de cuatro duros que se apunta al camino de las posesiones demoníacas (recientemente también hemos tenido cintas como El rito o El último exorcismo, saldadas ambas con números más que positivos). Como no podía ser de otra forma, también dice basarse en sucesos acontecidos en la realidad.
Un millón de dólares de producción le han sido suficientes para saldarse con gran éxito gracias a la reunión de nuevas modas, a la copia de una escuela ajena y la apelación del morbo. Su exorcismo aquí se diferencia por unas fuerzas del mal en que, atención, ahora son cuatro los demonios a los que hay que hacer frente.
La sensación de realidad inmediata, la apariencia de documental grabado con cámaras digitales de andar por casa y el argumento que atrae por su temática son las bazas con las que juega Devil inside y su director y co-guionista, William Brent Bell. Es evidente el deseo de reverberar los logros alcanzados de la antedicha El proyecto de la Bruja de Blair, pero donde aquella sentaba bases, Devil inside las fractura una por una, dejando un doloroso efecto de vacío. Donde aquella creaba verdadero pavor, ésta opta por planteamientos basados pasmosamente en lo ridículo y en lo paupérrimo. Lo cual no quita que dado su éxito previo a su lanzamiento en España, le podamos augurar otro taquillazo en territorio patrio.
Todo está asentado en el esperpento: sus interpretaciones son lamentables, su guión es reiterativo y su edición y montaje denotan una mala gestión de recursos. Y estamos mencionando únicamente sus carencias más evidentes. Devil inside esgrime la tradición previa del propio subgénero para desgastar y verter sin medida todos los lugares comunes de cualquier película de exorcismos. Además, cualquier secuencia que el espectador decida elegir para su análisis rezuma una dejadez difícil de superar en la que no existe el terror aplicado sino el mal gusto disperso.
Entre tanto, mientras que los dos exorcistas protagonistas llenan metraje invitando a transeúntes para presenciar los rituales y su actriz principal observa cómo su madre vive su particular metamorfosis, las situaciones ridículas se van abriendo paso pero los ocupantes de las butacas de la sala de proyección parecen verdaderamente atemorizados. Es decir, que se les ha dado lo que aparentemente esperaban aunque Devil inside sea un fiasco de aquellos que dejan huella.