Se le puede achacar un extremo encadenamiento gratuito de situaciones desesperadas que muestran la vileza de unas vidas miserables.
Mike Leigh, Ken Loach… y ahora Paddy Considine. Esa voluntad de denuncia y de retrato de barrios anclados en la miseria de los dos primeros directores también se encuentra en este nuevo talento inglés. El cineasta debuta en la filmación de largometrajes apuntándose a ese cine social tan propio del Reino Unido y lo hace con un drama intenso y desesperanzador que ha logrado reconocimiento en el Festival de Sundance y en los Premios del Cine Británico.
Las marcas que parece querer demostrar Considine también se identifican con la línea de tradición cinematográfica del cine social anglosajón; es por eso que ha gustado tanto en su país de origen. Su guión tira del tremendismo brutal de las situaciones vividas por sus dos impecables protagonistas. A Peter Mullan le basta su presencia y sus aptitudes para llenar la pantalla y componer algo inmenso casi con una interpretación nihilista pero a su lado tenemos igualmente una gran revelación llamada Olivia Colman. La actriz regala una interpretación conmovedora de aquellas que hacen mucho con muy poco. Entre ambos, la simbiosis es perfecta, tanto a nivel interpretativo como en la dimensión narrativa, haciendo que el filme se engrandezca cada vez que el tándem comparte plano.
Son ellos también los que aportan todo lo sensible y lo terrible a este pasaje a la virulencia física y emocional que es Redención. Precisamente es esta basculación entre extremos lo que busca su escritor y director en cada secuencia, quien parece obsesionado con la radicalización de los actos de sus personajes. Se le puede achacar un extremo encadenamiento gratuito de situaciones desesperadas que muestran la vileza de unas vidas miserables, encarnadas por ese trío protagonista que no encuentra salida de la cárcel que se han creado a golpe de años de perdición. Esta ausencia de esperanza torna la cinta en una pieza agudísima, sombría en su mensaje: no hay posible expiación ni escape, sólo hay unos sentimientos ligeramente bondadosos que deben ser aprovechados en cuanto se vislumbran.
Considine no juega al efectismo ni al despliegue de recursos sino todo lo contrario. Filma a sus personajes con precisión, planos estáticos y un magno acercamiento a los estados humanos. Es esa sencillez de filmar el devenir cotidiano de personas desgraciadas la que convierte la cinta en un relato progresivamente sólido cuyos mayores pilares son los dos nombres que encabezan cartel.