Esta forma rupturista de acercarse al clásico de Brontë acaba siendo un arma envenenada para la propia realizadora.
“Es gótico, feminista, socialista, sadomasoquista, freudiano, incestuoso, violento y visceral”. Estos son los adjetivos que le brinda Andrea Arnold al que ha sido uno de los libros que más le han marcado su adolescencia, en sus propias palabras. Se trata de Cumbres borrascosas, la icónica y única novela de Emily Brontë, que ha trascendido su tiempo y ha sido adaptada anteriormente al celuloide en dos ocasiones. Arnold ha decidido adaptar la novela tal y cómo ella la entendió en su momento, aunando actores noveles y alejándose radicalmente de lo que el imaginario cinematográfico histórico había creado alrededor de la misma.
El mundo que nos dibuja ahora Arnold está repleto de cielos amenazantes, vientos azotadores, meteorología salvaje y emociones maltratadas que contrapone a un paisaje bucólico con la violencia de sus elementos. Esta violencia se encuentra en cada plano de la cinta y contamina situaciones, lugares, personajes, y lo que es más importante, destruye todos los barómetros de lo que entendemos como una pieza de época y construye en su lugar algo insuperablemente nuevo.
La directora filma el paso de los años con nervio, mediante una cámara enloquecida que parece no tener descanso para cristalizar los sentimientos desesperados de sus personajes y a través de una naturaleza abrupta que lo invade todo. Pero no sólo hablamos de la naturaleza física de esos parajes inhóspitos sino también de la naturaleza emocional de sus caracteres, haciendo que estemos ante una obra cautivadora e hipnótica que no da tregua hasta sus títulos de crédito finales. Es como si el amor entre Heatchliff y Catherine fuera otra fuerza asoladora de lo orgánico.
Plagada de silencios y de sonidos que rozan lo selvático, es esta forma rupturista de acercarse al clásico de Brontë la que acaba siendo un arma envenenada para la propia realizadora. Del mismo modo que su estilo visual y sonoro supone una innovación formal sorprendente para llevar a cabo su personalísimo acercamiento a una obra canónica, también supone una reiteración de las formas durante sus dos horas de metraje. Cuando el espectador ya se ha adentrado en el filme y ha asimilado tan radicales planteamientos estéticos, la adaptación no cesa en su constante repetición de recursos y pasajes.
Cumbres borrascosas se convierte progresivamente en una obra difícil, diseñada para irritar a los más acérrimos puristas y adeptos de la obra original ya que su apuesta se inclina claramente hacia la modernidad. Su voluntad es tal que incluso declina ofrecer una historia de amor inmortal como ha sugerido la tradición previa sino que erige una historia feísta de obsesión malsana llevada hasta sus últimas consecuencias. Formalmente, sus resultados son espectaculares; narrativamente se convierte en una pieza gélida y muy artística de brutal contemplación que, eso sí, logra no quedarse en la indiferencia.