Dde nuevo el retrato que se hace de nuestro país vuelve a ser el de cualquier república bananera de tres al cuarto.
Los thrillers norteamericanos ambientados en tierras españolas parecen destinados a dejar en las mentes de los espectadores patrios un recuerdo imborrable. Y no se trata en este caso de un adjetivo positivo precisamente, o si no que se lo pregunten a quienes sufrieron en sus carnes los segmentos más chapuceros de Misión imposible 2 (John Woo, 2000) o Noche y día (James Mangold, 2010), títulos que no hacían presagiar tan pronto una nueva sucesión de despropósitos enclavados en nuestro suelo nacional.
Sin embargo, La fría luz del día vuelve a levantar ampollas –y eso que ni siquiera viene protagonizada por Tom Cruise– debido a las sonrojantes licencias que se toma con respecto a las localizaciones (madrileñas, principalmente), y que descolocaran a más de un habitante de la capital del reino. Además, de nuevo el retrato que se hace de nuestro país vuelve a ser el de cualquier república bananera de tres al cuarto –con unas comisarías similares a tascas de mala muerte, por ejemplo–, y la pátina costumbrista (por ser suaves) que se achaca a los nativos nos dejará patidifusos, cuando no directamente irritados.
Dejando aparte estos errores anecdóticos y visiones sesgadas, nos topamos de nuevo con un thriller de acción con todas las de la ley. Un joven norteamericano está de vacaciones en España con su familia, hasta que el secuestro de estos últimos le obliga a investigar lo sucedido. Diversos agentes secretos e intereses oscuros entrarán en juego, revelando sorpresas a cada paso, sobre todo referidas al padre del protagonista (un Bruce Willis usado como reclamo publicitario para esta cinta, pese a su fugaz presencia en la misma).
La sensación que se apodera del espectador es la de que la trama se ha ido improvisando sin demasiada maña según avanzan los minutos. Las espectaculares escenas de acción buscan camuflar el delirante argumento, una mera sucesión de secuencias sin pies ni cabeza que mueven más a la risa que a la tensión. Los actores hacen lo que pueden con unos personajes rutinarios y planos –ni siquiera los rostros españoles de Verónica Echegui u Óscar Jaenada destacan sobre la media–, y el montaje acaba por destrozar cualquier atisbo de conexión lógica en lo que presenciamos en la pantalla.
Firma este disparatado thriller el francés de origen argelino Mabrouk El Mechri, que llamara la atención en su día con la curiosa JCVD (2008), y luce palmito como protagonista Henry Cavill, el próximo Superman a las órdenes de Zack Snyder. Poco más puede reseñarse de un filme que probablemente termine el año siendo uno de los que más vergüenza ajena haya provocado.