Aún sobrándole minutos de metraje consigue ser un producto solvente.
Su promoción empezó hace ya muchos meses, se la ha comparado con otras sagas literario-cinematográficas que han arrasado en todo el mundo, y lleva una recaudación que parece imparable y que asegura que va a tener mucha cuerda. Los juegos del hambre ya ha llegado a nuestras salas comerciales y la pregunta a contestar era evidente: ¿Estamos delante de un nuevo fenómeno Crepúsculo? La respuesta es, afortunadamente, no. Cierto es que la fuerza femenina adolescente es la que dirige la trama; cierto también es que tenemos la relación amorosa teen como esquina emocional de la acción (triángulo incluido in absentia); incluso podemos decir que ciertos pasajes pueden recordar a la serie licántropo-vampírica, tanto formal como argumentalmente. Pero Los juegos del hambre es una cinta de entretenimiento cuya inteligencia le sirve para apartarse de productos como el mencionado y labrarse su propio camino.
Como ya sabemos todos a estas alturas, Los juegos del hambre es la primera parte de una trilogía literaria de Suzanne Collins que utiliza los códigos estandarizados de la literatura de aventuras juveniles aunque se descubre como una obra mucho más adulta que contentará a diferentes grupos de edad. Su fortaleza reside en el enclave de su historia y en la acción adictiva que proporciona junto con el dudoso romance que plantea. Su argumento, y esto se ha repetido hasta la saciedad, es un cruce más o menos afortunado entre El malvado Zaroff, Battle Royale y El show de Truman, atribuyéndosele una violencia que supuestamente no debería acompañar a un artículo destinado al consumo de los youngers.
Son todas estas bazas las que juega Gary Ross para poner en jaque a estos increíblemente perversos deportes sociales. Par ello, se vale del potencial de Jennifer Lawrence, quien se basta y se sobra como para llevar el peso de todo su ingente metraje. Además, tenemos a Woody Harrelson, Elizabeth Banks, Donald Sutherland, Lenny Kravitz, Stanley Tucci, Wes Bentley o Toby Jones para redondear el apartado interpretativo. Y para quienes busquen nuevos ídolos están, por supuesto Liam Hemsworth y Josh Hutcherson. Dicho todo esto, parece que estemos delante de una perfecta estratagema comercial hecha para reventar taquillas que poco tiene de artística, y algo de esto hay, pero no nos dejemos llevar por el prejuicio.
La adaptación de Los juegos del hambre construye un tour de force formado por varias fases que, aún sobrándole minutos de metraje (roza la friolera de las dos horas y media) consigue ser un producto solvente que funciona como filme completo y como buen primer episodio de lo que ha de venir. Su realización tiene la voluntad de ser algo diferente y eso se nota: el estilo de Ross, mezcla de documentalismo y espectáculo rabioso, goza de gran fuerza y sabe aprovechar pasajes dramáticos, como el momento en que Katniss se ofrece como suplente de su hermana o la revuelta del Distrito 11, así como también demuestra manejar con soltura las diversas temáticas tratadas. Emocionante e imaginativa, Los juegos del hambre logra captar, pues, el amplio y ambicioso despliegue de ideas de la novela original.