Bethany Hamilton era una adolescente fanática del surf, con habilidades innatas para desplazarse sobre las olas. Un fatídico día el destino quiso que un tiburón le atacara mientras practicaba con unos amigos, arrancándole el brazo izquierdo y obligándola a tener que luchar duro para poder proseguir con la afición a la que más horas dedicaba.
Basada en hechos reales, Soul surfer reconstruye esa época de la vida de Bethany durante la cual tuvo que sobreponerse a la pérdida de una extremidad para seguir compitiendo al mismo nivel que había tenido hasta entonces, ya que para ella era impensable dejar a lado el surf para siempre.
Estamos ante una cinta de superación personal tan del gusto de los norteamericanos, diseñada para epatar a un público generalista que se deje llevar por las solventes interpretaciones de AnnaSophia Robb, Helen Hunt o Dennis Quaid, las atractivas imágenes de Hawái, los devaneos hábilmente filmados que ejecutan los protagonistas sobre las olas, la música buenrrollista… en definitiva, por quien se deje embaucar por el positivo mensaje de que con esfuerzo y voluntad se pueden superar todos los obstáculos que la vida nos ponga por delante.
Si la historia real de Bethany resulta admirable e inspiradora, también es cierto que la filmada echará bastante para atrás por su tono sensiblero, melodramático y culebronesco –el retrato de su máxima competidora no puede ser más estereotipado–, por la cantidad de relleno que hace falta para llegar a completar su duración total –hora y tres cuartos nada menos–, y por el poco disimulado tufillo religioso que sobrevuela determinados momentos.
Asimismo, resultan torpes, manipuladoras y ridículas –casi dignas de Agárralo como puedas y similares– escenas como el intento de la protagonista por ayudar en la cocina, poco después de perder el brazo, o su posterior visita al supermercado.
Por tanto, solo cabe recomendar este telefilme con ínfulas para los fanáticos del surf y su “mística”, así como para los adictos a los manuales de autoayuda.