Cuando las declaraciones de Bruce Willis sobre esta película evidenciaban su tenaz empeño en aclarar que no tenía nada que ver con el Sexto Sentido, todo parecía indicar que ibamos a asistir a una suerte de remake en que no cambiaba ni el protagonista. Ahora, viendo el resultado, muchos pensamos que eso habría sido lo mejor que nos podía haber pasado.
Resulta evidente que los paralelismos entre esta película y su predecesora van más allá de contar con el en otro tiempo fornido John MacClane. Con idéntico aroma a misterio -por más que con el paso de los minutos deviene tufillo- y con idéntico cuidado a la hora de promocionar la película de modo que no se desvele la trama hasta que el espectador lleve un rato en su butaca (algo meritorio en una época en que haber visto el trailer equivale a saberse ya media película), el Protegido nos introduce de nuevo en una enrarecida atmósfera que pretende ambientar una tensa calma para mantener el interés.
Si bien en esta ocasión la tensión acaba desvaneciéndose en favor del sopor, la primera media hora conseguirá crear interés forjando falsas esperanzas.
Es complicado abordar el comentario de esta película sin desvelar la sorprendente -sin que ello esconda acepción positiva alguna- trama a la que nos aboca, y que podría haberse ocultado no sólo con tal propósito sorpresivo, si no también para evitar que parte del público reniegue de dedicar su tiempo a tamañas sandeces.
Encarnando a dos personajes antagónicos, nos encontramos al taciturno Bruce Willis en el papel de hombre indestructible, y a Samuel L. Jackson como el desvalido afectado por una enfermedad que le hace sufrir lesiones con molesta facilidad. Cuando la explicación de tales peculiaridades (y quién prefiera reservar estos interrogantes para una tediosa sesión de cine, que se abstenga de seguir leyendo) se traslada al mundo del comic y sus superheroes y villanos, el absurdo empieza a vislumbrarse para terminar acaparando el protagonismo del film.
Con un guión con momentos insalvables, una cantidad excesiva de escenas prescindibles y varias concesiones a la incongruencia, la trama, malformada y peor desarrollada, acaba tornandose en un suplicio incomible donde ningún desenlace elucubrado puede llegar a salvar lo insalvable.
Un gran monumento a la tonteria.