Mención aparte merece el consabido final sorprendente, tan manido y forzado que acaba por restar validez a toda la historia.
Muchos han comparado La Maldición de Rookford (horrible traducción del más sugerente título The Awakening) con películas como Los Otros o El Orfanato, pero su premisa argumental tiene más en común con Scooby Doo. Florence Cathcart recorre Inglaterra resolviendo misterios, quitando las sábanas a supuestos fantasmas que resultan ser timadores y criminales corrientes. La película se centra en su último caso, la búsqueda de un niño fantasma en un internado y, como sucediera en la famosa serie animada de los setenta, Florence va conociendo a una serie de personajes misteriosos, potenciales candidatos a ser el espíritu bajo la sábana. De entre todos ellos destacamos a Imelda Staunton, la malvada y genial Dolores Umbridge de Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, que cambia Hogwarts por Rokwood, un colegio donde no hay magia, pero sí fantasmas.
Rebecca Hall da vida a esta cazafantasmas de principios del siglo XX, una mujer adelantada a su tiempo, segura de su sexualidad, que fuma cigarrillos y viste trajes de hombre: un personaje tipo, visto en esta y en cientos de películas. Sin embargo, su componente autodestructivo, sus numerosos traumas y la angustiosa mirada de Florence Hall acaban por dotar al personaje de una pátina de personalidad. Es en los actores donde La Maldición de Rookford tiene su mayor baza, pues a este interesante elenco femenino le acompañan Dominic West (300, The Wire) e Isaac Hempstead Wright (el niño de Juego de Tronos)
El español Eduard Grau nos brindó hace tres años una de las imágenes plásticas más bonitas de la historia del cine. En un parking de Los Ángeles, bajo un enorme cartel de Psicosis, un atormentado Colin Firth charlaba con el chapero al que daba vida Jon Kortajarena. La escena no era especialmente importante para el desarrollo de la película Un Hombre Soltero (Tom Ford, 2009) pero su belleza visual, la mezcla de colores e iluminación la convirtieron en la más representativa de la cinta. Eduard Grau era director de fotografía, labor que repite aquí de forma más sobria y contenida pero igualmente magistral. Daniel Pemberton no tiene méritos pasados a la altura, pero firma en esta ocasión una banda sonora digna de mención, que acompaña a la película en sus momentos tensos y, especialmente bien, en los dramáticos.
Después de tantas loas parece difícil encontrar defectos a la maldición de Rookford, pero los tiene. Con una producción tan cuidada cuesta entender por qué en numerosos cambios de plano los personajes se mueven de lugar como por arte de magia, un defecto que puede parecer menor pero que resta credibilidad y empobrece el producto final. Mención aparte merece el consabido final sorprendente, tan manido y forzado que acaba por restar validez a toda la historia. Las inevitables comparaciones con Los Otros o El Orfanato tampoco juegan a su favor, pues si bien la película es en algunos aspectos superior, no llega a tener la fuerza y entidad de aquellas.
Nos encontramos pues, una película interesante, con una factura técnica y artística competente, pero que hace aguas en su intento por respetar las reglas del género. La necesidad de sorprender al espectador debería venir de su ruptura con los clichés y no de su pulcro respeto a los mismos. A pesar de (o gracias a) esto sigue siendo un buen ejemplo de lo que debería ser una producción de fantasmas, un genero prostituido por japoneses y americanos ávidos de dinero. Como decíamos al principio, sus referentes se encuentran más en el cine de terror español, y salvando las distancias, en Scooby Doo.