Pese al cuidado que se ha puesto en la parte técnica de la cinta, la falta de definición del guión acaba pesando.
En principio la apuesta resultaba interesante: reunir a un grupo de buenos intérpretes para conformar algo parecido a una versión patria de la saga de Ocean’s eleven, que tan buenos réditos ha proporcionado hasta la fecha a Steven Soderbergh. La base sería la historia real de la familia Pelayo, que se labró una fortuna haciendo saltar la banca de los grandes casinos de todo el mundo mediante el uso de una fórmula rompedora.
Sin embargo, la interesante premisa no consigue plasmarse con acierto. El realizador Eduard Cortés, que dejó buen sabor de boca con su salto a la pantalla grande en La vida de nadie (2002), no parece haber sido capaz de dar consistencia a un guión que palidece en comparación al referente antes mencionado de Danny Ocean y compañía, y que además se limita a ofrecernos un ramillete de personajes poco esbozados, retratados con cuatro clichés, que elimina cualquier posibilidad de profundizar en ellos o de empatizar con lo que les acontece. Por tanto, el desinterés no tarda en hacer acto de presencia, desaprovechando buena parte de las posibilidades que planteaba la historia.
Entre los actores, eso sí, cabe destacar a los enormes Eduard Fernández y Lluís Homar, garantía de buenas interpretaciones aunque sus roles pequen de excesivamente planos y les falten momentos de lucimiento. Sin embargo, la batuta a nivel argumental la llevan nombres menos veteranos: Daniel Brühl lucha con ganas contra la indecisión de su personaje, mientras que Miguel Ángel Silvestre sigue empeñado en probar nuevos registros, logrando un personaje seductor y con pocas luces que aporta momentos bastante cómicos. Los rostros femeninos de la función, por desgracia, no están a la altura de sus compañeros, destacando en lo negativo una Blanca Suárez que seguramente se haya incluido en esta cinta por su obvio tirón mediático.
Pese al cuidado que se ha puesto en la parte técnica de la cinta, la falta de definición del guión acaba pesando y dejando al descubierto las deficiencias de The Pelayos. Se van dando bandazos entre la comedia tonta y el drama insustancial, centrándose en exceso en los jóvenes protagonistas y dando minutos innecesarios a un buen número de subtramas que nos distraen de los hechos que dieron pie a la fama obtenida en los casinos de la familia que se pretende retratar. Al no haber un tono homogéneo, el ritmo no se mantiene y queda al descubierto el poco cuidado con que se ha construido el libreto.
Así pues, lo que podría haber dado pie a un sano divertimento con rostros carismáticos del cine patrio acaba generando una historia mal hilvanada y algo caótica que adolece de escasa elegancia, así como de falta de atractivo y adrenalina. Lástima que se haya desperdiciado una trama que en principio ofrecía buenas posibilidades de hacer caja mientras los espectadores se entretuvieran sin complejos.