Tras un prometedor debut con Tumba abierta y el bombazo que supuso Trainspotting, el director británico Danny Boyle se dejó camelar por Hollywood y entregó las discretas Una historia diferente y La playa. Después de una temporada sabática recluido en el Reino Unido, realizando diversos proyectos televisivos y cinematográficos para la BBC (alguno de ellos visto aquí en filmotecas), Boyle volvió con renovadas energías hace un par de años con la interesante 28 días después, donde dejaba bien claro que había dado carpetazo a sus escarceos con el estrellato, prefiriendo trabajar en la vieja Europa antes que hacer demasiadas concesiones a la comercialidad. Su última obra, Millones, es la confirmación de esta tendencia: actores poco conocidos y una historia más propia de Stephen Frears que de Jerry Bruckheimer, por mentar dos polos opuestos.
Sin embargo, desde el mismísimo arranque de Millones uno no puede evitar pensar en el director norteamericano Tim Burton, porque tanto visual como musicalmente (el trabajo de John Murphy remite inevitablemente al de Danny Elfman) parece que nos hallemos ante una fabulita que sigue la estela de la inmensa Big Fish. A ello ayuda que el guión de la cinta sea obra de Frank Cotrell Boyce, responsable entre otras de 24 Hour Party People, porque al igual que sucedía en aquella película Millones está repleta de hallazgos visuales bastante sorprendentes, siempre al servicio de la historia que se nos quiere contar y sin entorpecer para nada el entendimiento de la misma, cosa siempre de agradecer.
El punto de partida del argumento es que dos niños encuentran una bolsa de deporte repleta de libras, apenas unos días antes de que el Reino Unido se pase al euro. Los chavales deberán hallar un modo de gastarlas con rapidez o de convertirlas en la nueva moneda, así que asistiremos a toda una serie de soluciones, algunas disparatadas, para conseguirlo, así como a su interacción con sus compañeros de escuela y gente del nuevo vecindario al que se han mudado. El niño pequeño es el que lleva mayor peso en la acción, porque su imaginación desbordante hace que suela hablar con santos (se sabe al dedillo la vida de casi todos) que se le aparecen para darle consejos, de una forma algo chocante pero perfectamente integrada en el tono general de esta fábula.
La película decae algo en el último tercio, pero que eso no desanime a nadie: es divertida, original, fresca y genuinamente británica. Nos alegra que Danny Boyle use su talento para ilustrar guiones como este.