A rebufo de los dos títulos más recientes de Hill, se aprovecha ahora el momento para estrenar El canguro, un abominable film anterior.
Últimamente parecía que Jonah Hill iba afinando bastante con los títulos en los que se embarcaba. Tras años asociado a la nueva comedia gamberra estadounidense –Virgen a los 40, Lío embarazoso, Supersalidos, Paso de ti, Hazme reír, Todo sobre mi desmadre–, el actor logró una nominación a los Oscars como secundario por Moneyball: Rompiendo las reglas, ayudó a dar forma a una comedia tan agradecida de ver como Infiltrados en clase, e incluso un grande como Martin Scorsese lo incorporó a su siguiente proyecto, donde compartirá pantalla con Leonardo DiCaprio.
Sin embargo, e imaginamos que a rebufo de los dos títulos más recientes de Hill, se aprovecha ahora el momento para estrenar El canguro, un abominable film anterior –se estrenó en EE.UU. en 2011, pero se rodó bastante antes– que casi logra puntuar a la altura de la no menos execrable Jack y su gemela.
El protagonista de la película es el típico perdedor patético que acepta cuidar de los tres hijos de una familia durante una noche. Una excusa bastante peregrina servirá para que los cuatro se embarquen en una aventura nocturna, recorriendo Nueva York en busca de droga y viéndose implicados en una serie de situaciones (robos, peleas, tiroteos, persecuciones) supuestamente irrisorias. Se ha hablado de remake encubierto de Aventuras en la gran ciudad (Chris Columbus, 1987), y también de cintas que funcionan en una órbita parecida, como Solos con nuestro tío (John Hughes, 1989) o ¡Jo, qué noche! (Martin Scorsese, 1985).
Pero lo cierto, dejando aparte estas referencias más o menos veladas, es que El canguro sabe hundirse ella solita merced a un sentido del humor que no hay por dónde coger. Se apunta a las gracias groseras menos trabajadas, construidas sobre gags poco afortunados y que apenas mueven a algún bufido de risa en un par de escenas. Mal vamos cuando una comedia solo logra eso. Viendo que el realizador David Gordon Green ya había hecho exactamente lo mismo en Caballeros, princesas y otras bestias tampoco cabía esperar mucho más.
No es que la premisa sea mala. Con estos mimbres, que incluyen bastantes apuntes de que algo huele a podrido en la sociedad norteamericana, se podía haber tejido una película mucho más irónica y recordable, pero casi nos queda la impresión de haber asistido a un corta y pega de las escenas no aprovechadas –por malas– de las más ignominiosas producciones de Adam Sandler, Eddie Murphy y Ben Stiller todos juntos, que ya es decir. En definitiva, una bochornosa demostración de cómo hacer una comedia que no haga reír.