Adaptación de una novela casi homónima de su hermano Miguel, Hormigas en la boca es la nueva obra de Mariano Barroso. La película transcurre en Cuba en 1958. Martín ha pasado diez años en una cárcel española tras ser detenido por la policía como consecuencia de un atraco a un banco. Cuando sale a la calle viaja a La Habana para buscar a Julia, su compañera ideológica y sentimental, que consiguió escapar de la policía con el botín de aquel atraco. En la capital cubana Martín se sumergirá en sus turbulentas calles (la revolución avanza con rapidez y los anticomunistas empiezan a no tenerlas todas consigo), mezclándose con personajes diversos al más puro estilo de cualquier película clásica de género negro, mientras prosigue con su búsqueda de Julia.
Como puntos a favor de la cinta hay que destacar entre otros la ambientación, y es que la recreación de La Habana de la época está muy lograda. Por otro lado los actores lo hacen bastante bien (especialmente el enorme Eduard Fernández, al que ya lanzara al estrellato el propio Mariano Barroso con Los lobos de Washington), transmitiéndonos los matices y dudas de sus personajes. En su contra, sin embargo, podemos decir que el argumento peca de algo simple. Si bien en la primera mitad de película asistimos a una serie de flashbacks que permiten que nos vayamos montando la historia en nuestra cabeza (a esas alturas ignoramos ciertos detalles de lo sucedido) y eso la hace más entretenida y le da más viveza, también es cierto que en el momento en que ya sabemos todo lo que ha pasado (cuando dichos flashbacks terminan) parece que ya sabemos también todo lo que va a pasar, algo que el filme se encarga de corroborar.
Estamos, en definitiva, ante una película que no recordaremos en el futuro como especialmente destacable ni en lo positivo ni en lo negativo, característica habitual del cine de Mariano Barroso (recuérdense Éxtasis o Kasbah, por poner dos ejemplos: se pueden ver pero no matan). Como película de género se mueve con corrección dentro de los tópicos del mismo, pero quizá se hubiera agradecido algo de chispa que hiciera que se grabara en nuestro cerebro durante algún tiempo, cosa que no creo que suceda.