Quince años han transcurrido desde que Barry Sonnenfeld dirigiera Men in black, comedia de acción trufada de alienígenas basada en los comics de Lowell Cunningham, que funcionó muy bien en taquilla y que aún a día de hoy, tres lustros después, continúa resultando refrescante y acertada tanto en sus planteamientos como en sus resultados artísticos, como fácilmente puede atestiguarse al revisitarla en cualquiera de sus nuevos pases televisivos.
Diez años después de una prescindible secuela –dirigida por el propio Sonnenfeld–, que carecía no solo del factor sorpresa, sino también de la efectividad de su predecesora, finalmente se ha logrado que fructifique la tercera entrega de la saga, tras múltiples vicisitudes que convirtieron su elaboración en toda una travesía por el desierto.
Con un director en horas bajas –desde Men in black 2 apenas se había implicado en la discreta serie televisiva Criando malvas–, y con un Will Smith que después de probar fortuna en terrenos más dramáticos (En busca de la felicidad, Siete almas) volverá a insistir próximamente en las historias que más éxito le han reportado últimamente –tanto Hancock como Soy leyenda contarán con sendas continuaciones–, lo cierto es que Men in black 3 apuesta sobre seguro y retoma una fórmula que ya conocíamos de sobra, pero tratando de recuperar la frescura que se perdió entre la primera y la segunda parte.
De nuevo la historia nos presenta a un villano que pone en jaque la estabilidad del planeta, y que en este caso obligará a nuestro protagonista a realizar un viaje en el tiempo para restaurar el status quo. Enviado a los años 60, el Agente J deberá evitar el desastre, respaldado por la versión joven de su fiel pareja laboral –Tommy Lee Jones ya no está para demasiados trotes y se ha optado acertadamente por sustituirlo por Josh Brolin–, y sumido en un entorno que da para una buena serie de homenajes y chistes, el mejor de los cuales probablemente sea el relacionado con Andy Warhol.
Es cierto que la frescura que mostraba la franquicia en su primera parte jamás podrá regresar tal cual, pero tampoco puede negarse que el libreto de Etan Cohen (Tropic thunder, Madagascar 2) es lo suficientemente resultón como para asegurar un rato de entretenimiento desprejuiciado, con toques gamberros y momentos muy logrados que contentarán a quienes disfruten con las aventuras de estos cazadores de alienígenas.
Huelga decir que Will Smith soporta el peso de la película casi él solo, y que su desparpajo y su carisma vuelven a servir de nuevo para levantar un filme comercial con puntuales momentos de ingenio, que pese a todo no bastan –como ha asegurado algún crítico excesivamente entusiasta– para que se igualen los resultados de la primera entrega, ya que el guión no es tan redondo y deriva hacia un final que cae en los peligrosos lodos de la emotividad mal medida, dejándonos con ganas de haber rematado la fiesta con más diversión (lo de la canción final con Pitbull suponemos que no cuenta ni tan siquiera como ironía). Aun así, perdida la magia y con claras ansias recaudatorias que dejan abierto el camino a nuevas secuelas, nos queda la sensación de haber presenciado un sano divertimento de acción.