Desperdicio de talento y de tiempo que no adquiere justificación alguna en su metraje.
Lawrence Kasdan se dio a conocer con aquella célebre mezcla de cine negro y thriller tórrido que supuso Fuego en el cuerpo para después consolidarse como buen narrador de historias adultas con filmes como Reencuentro, Grand Canyon o Wyatt Earp. Ahora regresa, después de un descanso de casi una década, con una vuelta de tuerca a aquellos caracteres que se enfrentaban a una exploración de sus existencias. ¡Por fin solos! bucea, una vez más, en los avatares internos y cotidianos de una colección de personajes que han alcanzado una edad avanzada.
Aquí la cosa versa en torno a una mujer que parece amar más a su perro que a su marido y malgasta las horas añorando la presencia de su hija, una muchacha recién casada que se encuentra en su luna de miel. Las cosas no dejan de empeorar cuando el marido de la susodicha pierde al animal doméstico durante un fin de semana en la montaña, por lo que deberán buscarlo por todos los medios y, de paso, bucear en su propia búsqueda. No faltarán tampoco los recursos poco ortodoxos: una gitana con métodos espiritistas informará a la esposa de las visiones del can perdido para que pueda reencontrarse con su objeto primordial de cariño.
Parece que el hiato de diez años no le ha servido a Kasdan para escribir, junto a su esposa, y dirigir una historia que no es merecedora de ninguno de los nombres que figuran en su plantel. Kevin Kline, Diane Keaton, Richard Jenkins o Dianne Wiest, todos ellos siempre excelentes, se enfrentan quizás a los que quizás sean los peores papeles de toda su carrera y la escritura y creación que la cinta esconde revelan que los años han pasado enorme factura para Kasdan. Es como si los personajes que una vez nos deleitaron mediante obligada reflexión en las cintas antes mencionadas –Reencuentro o Grand Canyon-, hubieran envejecido tan mal que sólo puedan ofrecer ridículos sketches salpicados de gritos, reproches y circunstancias patéticas.
¡Por fin solos! es un desperdicio de talento y de tiempo que no adquiere justificación alguna en su metraje. Su guión se estructura sin orden ni concierto ni prosigue una sucesión lógica en cuanto a la narrativa, sus diálogos y situaciones son de telefilme barato y ni siquiera su perspectiva feminista se presenta aquí desde la seriedad sino desde la burla y la desgana. La propuesta podría ser el regreso de un director que mira hacia la deshumanización de las generaciones y que contempla con ironía el devenir con el que los años transcurridos apremian al individuo. Sin embargo, lo que nos encontramos es una cursilería total de periodos otoñales que no logra salir a flote ni aún con su espléndido reparto. Parece que todo se resume a una cuestión de edad.