Sencilla pero eficaz fotografía sobre el éxodo de las empleadas del hogar patrias durante los años franquistas.
Todo apunta a que gracias al reciente éxito de la comedia francesa Intocable, y de una buena acogida por parte del público de otras cintas con idéntica procedencia –como Profesor Lazhar-, las distribuidoras estén rescatando del baúl comedias de acento galo para aprovechar el tirón. Las chicas de la 6ª planta se estreno hace dos años pero ahora nos llega nuestras pantallas esta ligereza amable de Philippe LeGuay. Parece que el director haya escrito y moldeado la película a sus propias aspiraciones personales, pues fue criado por una española, lo que se deja respirar en muchos de los pasajes de la propuesta.
Un grupo de empleadas domésticas que han emigrado a Francia para ejercer su profesión vive en la sexta planta que describe el título. Todas ellas con sus odiseas personales afrontan la vida con soltura y sonrisas pese al desprecio que advierten a su alrededor. La acción arrancará cuando un matrimonio galo decida contratar a una joven española y el marido se interesa por la vida de las mujeres. La alegría ante la adversidad y el goce de vivir se despertarán en este hombre que nunca antes había experimentado tamaños sentimientos.
Con un grupo de actrices de signo muy almodovariano -Lola Dueñas o una excelente Carmen Maura, quien obtuvo el César a la mejor interpretación secundaria femenina de su año- y un guión que aún soltando agarrando tópicos consigue transmitir ese ansiado vitalismo, LeGuay filma una sencilla pero eficaz fotografía sobre el éxodo de las empleadas del hogar patrias durante los años franquistas. Con cierta ironía, mordacidad y buenos sentimientos se construye esta comedia elegante, que, eso sí, debe sus gracias esencialmente a sus actrices españolas.
No falta esa retahíla de clichés ibéricos como la juerga hasta las tantas, la paella, las mujeres alegres y despreocupadas y el copleteo salao y disgusta que, en el fondo, las notas bienpensantes y de corte francamente anticuado se revelen en medio de secuencias meritorias y situaciones gráciles. LeGuay se ha dejado seducir por los encantos de la mujer española estereotipada y así lo ha querido transmitir, haciendo que los defectos y virtudes del mito alumbren y desluzcan la cinta por igual. La cosa se queda, al final, en una reflexión chistosa y muy estandarizada que acaba por ceder a la autocomplacencia, aunque resulte amable y francamente divertida.