Lo único en lo que ha coincidido la crítica a uno y otro lado del Atlántico es en que la película tiene una belleza formal apabullante.
La nueva propuesta de Wes Anderson fue recibida con tibieza en el reciente Festival de Cannes. Sin embargo, ojeando las primeras criticas de Moonrise Kingdom hay de todo menos tibieza. La prensa especializada se ha dividido entre The Guardian sin reparos el genio de Anderson, y quienes lo desprecian.
La conclusión que podemos sacar es que el director no ha buscado agradar a todo el mundo. Lo cual no es necesariamente algo malo, para el que suscribe denota una valentía y unas ganas de arriesgar poco frecuentes en las grandes producciones americanas y solo por ello Moonrise Kingdom merece un voto de confianza. Lo único en lo que ha coincidido la crítica a uno y otro lado del Atlántico es en que la película tiene una belleza formal apabullante. Anderson la ha dotado de una estética kitch llevada al extremo, y la ha tratado con una plasticidad marca de la casa, que impregna desde el vestuario a la música, el paisaje, el mobiliario o incluso la textura y filtros de la cámara (impagable el momento playero con zooms a primeros planos que parecen salidos de una película erótica de serie B). Pero Anderson no ha limitado su sello al apartado visual, ha impregnado todo el metraje de su particular visión del mundo, desde los diálogos a los personajes. A pesar de ello, el aspecto estético sigue siendo el más destacable: los cinco primeros minutos de Moonrise Kingdom son una obra de la mejor orfebrería visual, con travelings que reflejan una escena dentro de otra y nos adentran en la vida cotidiana de los Bishops, una atípica familia de la isla New Pentanze.
Suzy es la hija mayor del matrimonio, interpretado por Bill Murray y Fracesc MacDorman. Una niña de doce años que tiene siempre un libro en sus manos y unos prismáticos colgados del cuello. Su vida da un vuelco cuando conoce a Sam, un huérfano inadaptado que pasa las vacaciones en un campamento de scouts cercano. La premisa del amor adolescente podría acercar a Moonrise Kingdom o obras como Mi Chica, pero los referentes de Anderson son más cercanos a El Guardián Entre el Centeno de Salinger, el cine de aventuras de los ochenta o los retratos de inadaptados sociales al estilo Bienvenidos a la Casa de Muñecas.
Tras la inevitable fuga de los jóvenes se produce una persecución liderada por el jefe de los scouts, interpretado por un genial Eduard Norton y el jefe de policía local, Bruce Willis. Ambos son azuzados por una fría agente de servicios sociales interpretada por la fría Tilda Swinton y una inminente tormenta destinada a cambiar el destino de la pequeña isla. Con este reparto estelar, la labor de Jared Gilman y Kata Hayward, los dos jóvenes actores que dan vida a los protagonistas es aún más encomiable. La pequeña Suzy, bella, hierática y misteriosa, recuerda por momentos a una joven Lana del Rey, pero con menos botox y más talento. Mención aparte merece el trabajo de Gilman, que resuelve fácilmente un papel complicado y hace adorable lo que en manos de otro interprete podría resultar repulsivo.
El simbolismo que se esconde tras cada escena, los efectos especiales desenfadadamente cutres o el fino humor que no provoca carcajadas aisladas sino sonrisas permanentes terminan de redondear esta perla. Una joya, un caramelo de sabor extraño, bajo en azucares y no apto para todos los paladares.