El cinéfilo acostumbrado, ante la desesperación de pareja y amigos, a apurar los interminables títulos de crédito que cierran las superproducciones norteamericanas, puede haber apreciado que los derechos de estos filmes aparecen atribuidos en numerosas ocasiones a empresas alemanas como IM Filmproduktions o Vertriebs Film GmbH & Co. Esto no se debe, por supuesto, a que la industria cinematográfica hollywoodense esté en manos de la europea, sino a que Hollywood aprovecha agujeros normativos en las legislaciones comunitarias para producir sus películas.
Consideremos el caso de Lara Croft: Tomb Raider (2001). Sobre el papel, su presupuesto fue de 94 millones de dólares. En la práctica, al estudio Paramount sólo le costó 7. El resto lo pusieron Europa y Japón...
¿Cómo? De acuerdo, por ejemplo, con la legislación alemana, quien invierta en una producción cinematográfica de aquel país tiene derecho inmediato a una deducción tributaria, incluso aunque la película no se halle todavía en fase de producción, o no se ruede en localizaciones o con equipos germanos. Basta con que la empresa receptora de la subvención posea los derechos sobre la película, y con que tome parte en los beneficios que genere.
El estudio hollywoodense de turno empieza por vender a una compañía alemana los derechos del filme que pretende llevar a cabo. Seguidamente, la compañía alemana cede esos derechos a la norteamericana en forma de leasing (arrendamiento) –con lo que sigue figurando como propietaria de los derechos-, y además limita mediante diversos acuerdos de producción y distribución el valor de su propiedad sobre la película.
Así, la Paramount vendió el copyright de Tomb Raider a inversores alemanes por 94 millones de dólares. Pagó 84 por el leasing de los mismos derechos. Ya había obtenido 10 millones de dólares. Y la compañía alemana podía aplicar las deducciones tributarias que permite la ley.
Paramount empleó la misma argucia en Gran Bretaña. Al rodar varias escenas de Tomb Raider en las islas, el estudio podía acogerse a disposiciones y lagunas legales similares a la ya explicada, y ganar hasta 12 millones de dólares más. Con la venta de derechos de distribución a terceros países y de emisión por televisión, Paramount había cubierto el coste del filme antes de rodarlo.
Películas como Alejandro Magno, Monster, El Señor de los Anillos o Dark Blue se han beneficiado hasta hoy de estas y otras gabelas. Sin embargo, el Gobierno de Gerald Schroeder ha decidido cortar de raíz una situación absurda, que permite al cine norteamericano conseguir sin esfuerzo cientos de millones de dólares anualmente. El Gabinete de Schroeder anunció el 4 de mayo que las nuevas medidas correctivas entrarán en vigor antes del verano. Influye en esta decisión la recesión económica que atraviesa Alemania. Los presupuestos del Estado germano sufren ya un déficil del 3%.
Las multinacionales hollywoodenses deben parte de sus beneficios e implantación a su peculiar manera de entender “el libre mercado”. A principios de los 90 ya se denunció que mediante tácticas parecidas, muchas películas USA eran consideradas co-producciones con Holanda, generando con ello licencias de importación y derecho a cuotas de pantalla en cines europeos. Y no está de más recordar que la decadencia de los grandes estudios californianos tras la Segunda Guerra Mundial tuvo mucho que ver con una sentencia del Tribunal Supremo de EE.UU., que en 1948 afirmaba que las principales productoras constituían un monopolio ilegal de producción, distribución y exhibición, e instaba por tanto a que las compañías cediesen la propiedad de sus cadenas de cines.