Arsène Lupin es el hijo de un maestro del boxeo que de niño es testigo del trágico destino de su padre. Éste, entre movimientos mareantes de cámara que acompañaran a ambos por el resto de su concentrada vida, siempre se lo repetía: “Desviar la atención, esa es la clave. Si no lo olvidas, nadie podrá detenerte nunca”.
También le decía que una cosa era ser un ladrón y robar a los ricos y a los defraudadores, y otra ser un asesino. Así que él creció convertido en una suerte de mago dedicado a escamotear las joyas de la clase alta, con un supuesto atractivo y simpatía que se tratan con igual de ingenuidad que sus robos, encarnando a un impresentable de buen corazón.
El papel de Arsène, una institución en nuestro país vecino maquinada por Maurice Leblanc, lo ejecuta Romain Duris, conocido en España por esa demagogia de la institución del Erasmus que fue Casa de Locos. Igual de irritante o más que entonces, aquí saca su lado más estomagante para ejercer de maestro de los disfraces y los robos en una historia densa a más no poder. Con rapidez y entre los nombrados movimientos de cámara de travellings y zooms imposibles, unos decorados ostentosos que demuestran que el cine francés sabe más de reunir capital que el nuestro (colabora a ello RTVE), y una temática de acción y robos en que los galos se saben mejor juzgados que la competencia del otro lado del charco -lo mismo con otro sello sería vituperado con mayor contundencia por cierto publico- sirven para llevarnos a una Francia de época en la que se cuecen demasiadas cosas. En el transfondo de todo, un tesoro, una venganza y un trío amoroso bastante extravagante en que Eva Green como parte vuelve a demostrar que sus facultades como actriz son inversamente proporcionales a las capas de ropa con las que se cubra. Más interesante, aunque con la dificultad que impone dar credibilidad a su grado fantástico, Kristin Scott Thomas ofrece un registro poco habitual para ella en el personaje más extraño, oscuro y por ello interesante de la cinta. En general, toda tiene un lado enigmático que podría haberse aprovechado más forzando el surrealismo de algunas escenas que sólo parece intuirse. Apenas en lo que amaga con ser uno de sus desenlaces -la hora final parece anunciarlo infructuosamente- logra una fotografía lo suficientemente llamativa como para quedar personal y dar más sentido a sus excesos. En el modo de desmadrarse con la cámara, la dirección de Salomé recuerda a otro francés como es Pitof. En sus planos cargados, la comparación con Jeunet sería injusta en claro favor de éste último, que siempre sabe encontrar sentido a sus abusos. Con extraños contrastes entre lo carica-turesco y el drama de folletín, carga de acción y aventuras, Arsène Lupín por más que barroca, acelerada y desmedida en metraje deja algo de poso. Con otro protagonista más carismático, un tiempo que permitiera dibujar más a sus personajes y más comedida en los cambios y en la acumulación de hechos, sería fácil sacar más jugo a las virtudes de la adaptación de “La Condesa de Cagliostro” que con esta contabiliza ya siete adaptaciones al cine e incluso un manga japonés.