Hay veces que el trailer de una cinta te dice todo lo que necesitas saber sobre ella. Aun así, acudes al cine confiando en que tu instinto te haya engañado, más que nada por no descartar la posibilidad de encontrar algo de provecho en una cinta que va a tenerte ocupando una butaca durante hora y media o dos horas. No es el caso de Fernando y Carolina, dirigida por Lina Wertmüller. Por mucho que la italiana fuera en su día colaboradora del mismísimo Federico Fellini y haya quien vea similitudes entre las obras de ambos directores, se me antoja difícil salvar de la quema una película con tantos defectos.
Empecemos por el argumento, que al menos sobre el papel parece coherente. Estamos en la Europa del siglo XVIII, y las alianzas entre estados se conseguían a base de matrimonios de conveniencia entre la monarquía de los diversos países del viejo continente. En el caso que se desarrolla en la película, Fernando de Nápoles se ve obligado a casarse con Carolina, hija de la emperatriz María Teresa de Austria, para así conseguir que haya paz entre las dinastías de los Borbones y los Hasburgo. Eso sí, tras aceptar con resignación el matrimonio ambos descubrirán que se complementan a las mil maravillas en el lecho real. Dicho así suena hasta simple, ¿no? Pues la directora necesita prácticamente hora y cuarto de metraje para llegar a este punto (cuando en cualquier guía de cine, incluyendo Fanzine Digital, nos lo cuentan en apenas cinco o seis líneas), y un buen rato más para resolver una historia que apenas existe más allá de ese empeño por casar a Fernando con alguien de la familia de Carolina.
El resto de la producción bordea el ridículo en casi todo momento. Los títulos iniciales son sonrojantes, propios de un telefilme de sobremesa. La realización es torpe, digna de las películas de Mariano Ozores. La parte histórica está explicada de forma tan atropellada y con tal batí burrillo de datos que uno se entera de bien poco si no ha hojeado algún libro de historia antes de entrar en la sala. Pero por encima de todo, irrita (y mucho) el personaje principal. Vale que están retratando a un rey que por lo que cuentan era bastante vulgar, pero para eso hay más recursos que hacer que se pase toda la cinta gritando, al igual que muchos otros personajes (más que una película histórica parece una película histérica), bien hable por su propia voz o como narrador de los hechos. El balance es de vergüenza ajena, porque pese a que teóricamente estamos ante una farsa repleta de ironía, uno apenas esboza una sonrisa con los inocuos diálogos y hasta acaba echando de menos algo de la sal gorda del antes mentado Ozores. Puestos a salvar algo, digamos que los vestidos y los decorados (se rodó en palacios barrocos italianos) dan el pego, pero, ¿de verdad que no hay más producciones italianas que valgan la pena para que tengamos que padecer un engendro como este, que además data de 1999? ¿Por qué ha llegado Fernando y Carolina a nuestras pantallas? Que alguien me lo explique, porque no salgo de mi asombro.