Juzgar la tercera y más brillante de las precuelas de Star Wars, tratando de sacarle un significado aislado e independiente de su saga, se encuentra entre lo imposible y lo innecesario. Con su legión de freaks y unos rasgos tan marcados como parte de su cultura, entre los que se encuentran la melodía de John Williams, la máscara de Darth Vader o nombres de personajes que resuenan intemporalmente dentro del cine de ficción, sólo contando con su uso más o menos lúcido una película tiene bastante a lo que encomendarse.
Tras el diario de sesiones del senado galáctico de la primera parte, las declamaciones de amor de culebrón de la segunda (que en el encuentro de Jedi en el tramo final sacaba lo mejor de la cinta) le llega ahora el turno a la verdadera aproximación al reverso tenebroso, y de cara a dar los últimos pasos explicativos, en muchos momentos George Lucas se limita a cumplir con ellos. Eso sí, si argumentalmente se ciñe a los trámites, las escenas de acción que esta vez comienzan pegando fuerte desde el principio son un punto a favor demoledor y que tiene algo que ninguna otra cinta puede tener fuera de la saga: el sonido de sus sables, su color, su arenga propia basada en el discurso de "la fuerza".
Además, en la lucha de naves y frente al impecable y excesivamente pulido diseño infográfico de las anteriores entregas, se ha logrado más realismo dando a los metales un aspecto moderno pero a la vez usado, y por primera vez los decorados son de un futuro que casi se puede tocar.
Luego, en la historia, la seducción del lado oscuro se hace algo tosca favorecida por el joven Skywalker, que ya ha tenido varias salidas de tono súbitas de cara a mostrar que algo le falla dentro, y que hacen que no sólo Yoda sea un hábil clarividente: al personaje en cuestión le patina el ego de forma ostensible, y muestra la misma facilidad emocional para entregarse a su destino abyecto, que a un enamoramiento repentino de cocinado rápido que desde un principio pecó de falta de sutileza y elaboración, repleto de excesos al medir el edulcoramiento de su discurso.
Ahora bien, como se indicaba al principio, sus posibles fallos así como sus destacados aciertos son sólo aquí parte de un engranaje enfocado a dar sentido al símbolo revolcándose en él. Con escenas claramente hechas para buscar ovaciones y aplausos éste capítulo logra el show de forma más cohesionada, aunque hay una certeza que todos deberían tener, sin necesidad de apoyarse en el hecho meritorio del año en que se rodaron: las verdaderas 3 primeras partes, las que se forjaron cuando no era fácil crear mundos diferentes, son las verdaderas responsables de los vítores del público. En ellas el resultado concentraba dosis de carisma, de humor y naturalidad en sus diálogos aun en una trama tan descaradamente fantástica, y que han hecho merecedor al nombre de Star Wars de un puesto privilegiado en la historia. A partir de ahí, lo demás sencillamente es bien recibido. Especialmente en esta ocasión.