Sería absurdo despachar Esperando la Carroza como si fuera una novedad más, sin atender al hecho de que se trata de un clásico del cine argentino exhibido en España porque se cumplen exactamente veinte años de su estreno en Buenos Aires, el 6 de mayo de 1985.
Aunque el filme ganó en su momento el premio a la mejor actriz (Mónica Villa) en la XI edición del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, nunca se ha proyectado comercialmente en nuestro país. Y sin embargo, allende el atlántico es una película tan famosa que su título se emplea como expresión coloquial. Se basa en una obra teatral de Jacobo Langsner que cuenta el revuelo causado en una familia por la desaparición de la matriarca, y que tras su estreno en los años 60 del pasado siglo no ha dejado de representarse. Desde 2004 existe incluso una versión en formato de comedia musical para adultos.
El cine multiplicó el efecto popular de la obra. Langsner trabajó en el guión del filme junto a quien sería su realizador, Alejandro Doria. La producción fue modesta, pero contó un excelente grupo de intérpretes. El éxito del resultado propició que el personaje de la abuela a quien se da por muerta pasara a formar parte de la galería de esperpentos que su intérprete, Antonio Gasella, incorporó a un show televisivo. Doria y Langsner llegaron a escribir una secuela de Esperando a la Carroza que nunca llegó a rodarse porque, en palabras del director, me entró el miedo a no poder superar el mito. El Festival Internacional de Cine de Mar del Plata acaba de homenajear la película con una proyección restaurada a la que asistieron Doria y algunos actores.
Uno comprende la repercusión del filme en su época. Esperando la Carroza enfrenta a tres hermanos de diferentes clases sociales, y a sus respectivas esposas, con la hipocresía que rige sus relaciones y, sobre todo, con la ruindad que manifiestan en el trato dispensado a la anciana madre –la película está dedicada "a nuestros viejos queridos"-. El libreto de Langsner arremete contra el machismo, el racismo, la corrupción pública, las desigualdades sociales... en fin, contra la escala de valores y las normas sociales de un país sometido a una brutal dictadura militar entre 1976 y 1983.
Esas intenciones, así como el trabajo de los actores y la capacidad de Doria para disponerlos en el encuadre, aún pueden apreciarse. Pero el tono de grotesco rioplatense que impregna la película, un humor histérico y exacerbado, se queda en lo superficial y cansa pronto. Retratos corales de carácter más o menos universal hemos podidos disfrutarlos en Plácido (1961) o Como en las mejores familias (1961). Esperando la Carroza recuerda en demasiadas ocasiones a Mis adorables vecinos y otros programas televisivos donde el chascarrillo, el atropello y la complicidad desactivan el valor transgresor de la risa.
Contribuye no poco a esa sensación que sea un hombre, el citado Antonio Gasella, quien recree el personaje de Mamá Cora. No parece casualidad el galardón a la actriz Mónica Villa en Huelva. Es quien mejor ajusta su interpretación a los requisitos de la ficción. Los demás se mueven en el terreno de la farsa. Género en el que, como señala el crítico Roberto Perea, si no se mantiene el equilibrio, se puede caer fácilmente en la inconsistencia.