11:14 es uno de esos casos extraños de película que se cuela en la cartelera a propósito de una excusa comercial, y que aparentando ser una de las habituales tretas con que ganar algo de repercusión, esconden una de las mejores muestras de buen hacer del repertorio de cintas disponibles.
El debut de Greg Mercks como guionista y director tiene lugar gracias a un texto tan pulido en su disección del tiempo, como acertado a la hora de ejecutar su propósito, más cuando tan fácilmente podía haber caído víctima del artificio debido a su planteamiento. Lejos de eso, hace de este proyecto algo similar a Saw en cuanto a significar el inicio prometedor de una carrera con una excelente administración de recursos y que se apoya sólo en lo acertado de su historia. El protagonismo temporal que pone en primer plano lo que es un recurso habitual de estilo de directores como Tarantino, nos lleva a la profunidad de Middleton para atender a una moderna revisión en tono de humor negro de los relatos de ‘crimen y castigo’ centrado en todo lo que sucede en un aciago minuto. Entrelazando a varios personajes diferentes y creíbles en una telaraña de culpa, esta confluye en ese punto temporal concreto pasando cruel factura a los pecados cometidos por cada uno de ellos.
La razón de que 11:14 nos llegue dos años después de su rodaje se relaciona -visto lo anunciado en campaña promocional-, con el coprotagonismo de Hilary Swank como una parte de su reparto coral. Su discreta participación, alejada eso sí de sus rasgos en otros papeles, se podría nivelar mediáticamente a una figura tan promocionable como Henry Thomas (el anteriormente conocido como Niño de ET), y se acomapaña de otro nombre como Patrick Swayze, que logra desafiar su tradicional mácula de indicativo de mal cine.
Pero las verdaderas razones por las que debería atenderse a esta cinta es por su frescura, por su sentido del ritmo que se mantiene firme al relatar unos mismos hechos desde varios personajes. Su destino está unido en una hora señalada a la que llegamos progresivamente en una ambientada noche en mitad de la América más profunda, un reflejo del submundo en que su autor creció en Nueva Inglaterra y que le hacía pensar en cómo la intersección urbanística de su pueblo conllevaba la unión de varias vidas... y muertes.
Entre sus macabros desenlaces y tragedias saca algunas sonrisas cómplices, siempre basándose en la extraña realidad de este mundo. Y es que como él mismo dice “Creo que el mayor acierto ha sido mantener un tono realista... la vida tiene momentos muy extraños”.