Tras probar suerte con el thriller de mano de la estimulante Palabras encadenadas, Laura Mañá vuelve por los derroteros que un día le hicieron debutar en la dirección –ya la conocíamos en la faceta de actriz- consiguiendo con su ópera prima Sexo por compasión un gran éxito de crítica y público en los festivales por los que se asomaba.
Morir en San Hilario parte de una premisa con mucha miga, algo que sin duda atrae a un espectador enterado de un argumento poco común y agraciado con ligeros tintes surrealistas. El pueblo al que hace referencia el título de la película subsiste a duras penas preparando entierros para la gente que decide expresamente morir en ese lugar. Situado en medio de ninguna parte, a él llega un gángster escapado de la justicia (Lluís Homar, La mala educación) que es confundido con el moribundo cliente tan esperado por sus variopintos habitantes.
Confieso que me había creado no pocas expectativas atendiendo a las entrevistas de los actores hablando de sus personajes: una viuda con el corazón congelado (Ana Fernández, Solas), un cura con crisis de Fe (Juan Echanove), el gángster que se hace pasar por pintor... todo este material se incluye dentro de la película, pero parece que el resultado no pase de la simple anécdota, o lo que es lo mismo, el efecto no ha sido el deseado de cara a plasmar la historia en fotogramas.
El tono entre realista y mágico es certero, en el se pueden vislumbrar influencias del Berlanga más clásico, del escritor Juan Rulfo a la vez que comparte similitudes con la cinta holandesa Antonia de Marleen Gorris en cuanto a la caracterización de los personajes.
No obstante, la película de Mañá no logra emocionarnos, algo que sin duda se proponía su directora y que no ha sabido extrapolar a un guión falto del tono onírico que necesitaba.
Es por esto que aunque la interpretación del elenco se sitúe por encima de la media (especialmente con Homar y Rañé), se echa de menos un papel de mayor calado para Echanove y unos personajes más trabajados, puesto que la impresión que dejan tras su paso se queda en meramente testimonial.
El resultado por tanto queda reducido a película simpática que podía haber dado mucho más de sí, no dudando nunca del buen oficio de Laura Mañá en labores de dirección, aunque esta vez se haya quedado a medio camino.