Toda película de acción, en su planteamiento de superación del reto de lo ya visto, de alzarse por encima de los argumentos precedentes y deleitar a su público con dosis extra de golpes y explosiones, tiene algo de ridículo. Como Trey Parker y Matt Stone mostraban en Team America, la caricatura y su fuente no quedan lejos, e incluso cuando como entonces los protagonistas son de plástico en su sentido literal, la diferencia de material se antoja menor de lo que buscaba su intención.
El cine oriental y sus propias formas tienen un terreno que no ha sido explotado tal y como realizadores como David Zucker han hecho a propósito de Aterriza como puedas, Agárralo como puedas, Hot Shots, Scary movies etc, respecto a sus propios géneros parodiados, desgranando su metalingüística y funcional reiteración de modos.
Y si no ha sido ajusticiada como merece la afición a las coreografías ingrávidas, a la acumulación de ‘japos’ condenados al varapalo contundente, o al héroe mitológico que descubrió en su yo interior el camino a la fortaleza, a la venganza y a la chica de buen ver y corazón –o si no han llegado aquí esos actos de cáustica justicia–, la mayor difusión de su cine en occidente ha de terminar por hacernos recibir alguna de sus muestras.
Es así como Kung-fu sion, de mano del responsable de Shaolin Soccer(2001) Stephen Chow nos asalta para acumular delirios, humor absurdo saturado, y una sarta de tonterías localizadas a modo de chanza televisiva que hará las delicias de quienes gocen del humor descerebrado, sin que por ello este deba ser despreciable. La simplicidad grotesca de su unión de golpes, la exageración de lo ya exagerado y unos indignos héroes que creyeron ser merecedores de respeto pero que se toparon con una dimensión diferente a la que le correspondía a sus egos (y en donde sus gestos y acciones no eran pulidos ni estéticos, si no zafios y toscos) se lleva a cabo además por Yuen Wo Ping, o lo que es lo mismo, el coreografo de Tigre y Dragón y Matrix.
De ese contraste vive la cinta, en una acumulación de sandeces que se suceden sin respiros asemejándose en la distancia -y con una moderación más sana- a la visita al frenopático que supuso Kung-Pow, el caso más patológico de los que la rodean y que exige redaños para su visionado. Aquí, a una aparente estética austera se le terminan por dar todos los elementos necesarios para que los payasos de kung-fu se muevan en el mejor circo posible, y sólo herméticas y cuadriculadas mentes desprovistas de capacidad para el humor simple no reirán alguna de sus gracias.