Llega a la gran pantalla el segundo largo del director malagueño Ramón Salazar (su debut fue Piedras, en 2001), y después de una historia coral como aquella nos encontramos con una Mónica Cervera (Crimen Ferpecto) que se erige en protagonista casi absoluta de esta cinta, donde encarna a Marieta, un transexual que intenta conseguir el dinero necesario para una última operación que le permita librarse de esos molestos veinte centímetros de pene que aún delatan su pasado como hombre. Además Marieta sufre ataques de narcolepsia que hacen que se duerma en cualquier parte, y es en los sueños que tiene mientras está dormida donde se ve como ella querría ser: una rutilante estrella de los musicales de Hollywood. En su camino se cruzará su particular príncipe azul, y durante casi dos horas asistiremos a su día a día, donde también tienen cabida sus estrafalarias compañeras de trabajo (prostitutas), vecinas esperpénticas y conocidos suyos de todo tipo.
Entre los aspectos positivos nos quedamos con las texturas contrapuestas que se usan para reflejar los dos mundos donde vive Marieta: su realidad es oscura, predomina el gris y todo está rodado con un pulso nervioso, con una cámara que no se está quieta y que usa muchos primeros planos. Sin embargo, cuando sueña y protagoniza escenas de musicales la imagen es prístina y el color es tan desbordante que resulta hortera. También se hace un buen retrato de la cotidianeidad de la protagonista, sumergida en ese mundo lleno de pequeñas alegrías y grandes disgustos, aunque se echa de menos algo de definición: si estamos ante una comedia debería haber más situaciones que provocaran la risa, o también podía haberse enfatizado el lado dramático de algunos hechos. El resultado final es de una cierta frialdad, como si estuviéramos visionando un documental.
Aquellos que no tengan en alta estima el género musical tienen aquí una excusa perfecta para echar por tierra 20 centímetros: los números de esta cinta no aportan demasiado al desarrollo de la historia (salvo seguir confirmando lo mucho que la protagonista quiere ser una mujer completa y alcanzar la felicidad), y las canciones elegidas, aunque han sido tratadas y adaptadas con esmero por Najwa Nimri y Pascal Gaigne, no dejan de ser algo obvias por lo general y se echan de menos unos subtítulos que les den más significado en el contexto de la película. Si además el añadido de esas escenas de canto y baile hacen que el metraje casi alcance las dos horas para una historia que no las necesita, podemos afirmar que estamos bastante lejos de un film redondo. Entretiene, pero podía haber sido mucho mejor.