Sabedor de la asunción generalizada de la máxima "segundas partes nunca fueron buenas", Ridley Scott propone una película independiente de su predecesora, enfrentándose a este reto -y a hacerlo sin Jodie Foster- sin ningún tipo de complejos.
Resultaba tremendamente complicado a priori, que de una secuela de la mitificada "El Silencio de los corderos" se pudiera sacar algo positivo. Ni contar con uno de los actores de mayor reconocimiento y renombre, parecía argumento suficiente especialmente cuando Jodie Foster se negó a participar en el proyecto, dejándolo cojo y restándole enteros a su maltrecha credibilidad.
Pero a este respecto, hay que empezar diciendo que Ridley Scott ha cumplido con solvencia, y que sólo desde una perspectiva mitomana se puede tratar a Hannibal de indigna sucesora.
Ni el hecho de haber tenido que sustituir a la protagonista -al más puro estilo de las comedias afroaméricanas- por una Julianne Moore, que si bien cumple, se muestra con una frialdad aemotiva impropia de su personaje, es obstáculo para apreciar las multiples virtudes de esta cinta. Y es que tras una época de escarceos con la mediocridad (White Squall y G.I. Jane), y reconciliarse con el público por medio de Gladiator, en esta ocasión, enfrentándose a un reto de este calibre, demuestra que se puede seguir hablando de él como el gran director que demostró ser cuando alcanzó la fama con sus preciadas Alien y Blade Runner. Tanto en el tratamiendo de planos y elaboración de los personajes -aprovechandose indudablemente de contar con uno de los más elaborados de la reciente historia del cine- muestra una gran soltura, y se introduce sin miramientos en el terreno gore más macabro, para ofrecer sangre a quienes acuden buscándola a su cita con el temible doctor Lecter. A este respecto, riza el rizo en los últimos 10 minutos con escenas de crudeza extrema. Bastante asquito, la verdad.