El inicio de la historia de Batman, por sorprendente que resulte para algunos, no es algo que todo el mundo conozca. Los origenes de uno de los más fascinantes héroes de cómic, no forman parte de ningún plan de estudios, no es algo que los padres expliquen regularmente a sus hijos (o al menos no todos) ni los subproductos que explotan su nombre garantizan el aleccionamiento en su biografía, al darla por sentada.
Es por ello que Batman Begins tiene un punto de interés básico a la hora de echar la vista atrás, al que hay que añadir la dirección por parte de una figura respetada como Christopher Nolan (con un respeto sustentado en apenas dos películas: Memento e Insomnia) que ha hecho pensar que esta vez se le daría algo de la solemnidad que esta figura que reina entre las sombras no siempre ha tenido. Porque cuando se alcanza el status de marca, la utilización de la misma termina por dar para demasiadas cosas, para demasiados usos que buscan acercarse a distintos tipos de público abandonando por el camino a sus rasgos principales y, también con ello, a sus seguidores originarios.
Batman, como héroe, tiene unos rasgos muy diferenciados del resto, y asomándose a una parte de su obra en cómic (también en papel ha conocido épocas muy diferentes) uno no puede si no asombrarse por su tono negro, sombrío, y de una atípica seriedad. Alguien que se disfraza por las noches para buscar una justicia envasada en venganza, logra como pocos consideración al hacer comprensible el temor que le tienen sus rivales. Mientras algunos de sus compañeros de contienda se dirigen principalmente a un público más adolescente, él puede ser observado en el tiempo como un adulto marcado por su pasado que se enfrenta al lado más siniestro de una realidad conocida. Su eterna soledad, mitigada escasamente por un mayordomo -parte en todo caso de su riqueza- le deja siempre con la proximidad de su orfandad marcada en cada uno de sus gestos y en cada uno de sus pasos. Ataviado con una máscara a la par elegante y agresiva, su perfil se dibuja en la noche confundiéndose con ella de forma camaleónica. Él y la delincuencia son parte de un sistema, su fortuna se convierte no en el argumento para distanciarse y parapetarse de las profunidades sociales si no, desde el día en que esa distancia se rompió, es el instrumento para moverse en ellas a sus anchas con una contundencia implacable.
Esta entrega de Nolan, viene precedida por un extraño consenso en cuanto a su buen hacer. El desprecio merecido a las entregas coloristas y carnavalescas de Joel Schumacher se une en parte a las dos entregas de Tim Burton, la primera de ellas responsable del terremoto de batmanía en 1989, y en que el gótico del realizador de Eduardo Manostijeras sí se encontró con sus seguidores habituales. Aquí, por contra, se ha logrado un tono sobrio y de contención, se ha echado el freno a la exageración de excusa fantástica especialmente en lo visual, y por momentos el hombre murcielago merece su nombre. Christian Bale logra la mutación tras sus ropajes: cómo se altera el tono de su voz, cómo demuestra un odio instrumentalizado para el fin que racionalmente ha dispuesto su alter ego, es la mejor de las defensas para esta entrega.
Por lo demás, el tono de cómic y su argumento no pueden dejar de inspirar ciertos excesos en nombre de la acción, y a lo largo de sus más de dos horas, aunar la disección de sus orígenes y una trama propia se puede haber dilatado hasta la extenuación. Más cuando los tópicos no pueden estar más presentes en algunas decisiones argumentales, al margen del recuento de explosiones y algún que otro momento de credibilidad cuestionable incluso para venir de un cómic. Y es que sus personajes aman la frase sentenciadora, y su guionista la revancha de la oratoria en la que los "buenos" han de acabar por responder a los "malos" con sus propias citas. Katie Holmes (o lo que es lo mismo, la señorita Cruise) da un golpe a la pantalla cada vez que surge, con un dramatismo tan fingido y una cursilería en sus frases que no puede si no verse acompañada de un mal doblaje para hacer más prescindible su existencia. El enamoramiento de ambos, en el que apenas se cruzan un redundante beso, apuesta por el romanticismo de lo extraño, un enamoramiento que debió cocerse en un momento desapercibido y al que el propio final no sabe ubicar en sus diálogos.
Por ello Batman Begins, con una dosis de oscuridad justa, bastante de tópico, y un estudio de sus inicios demasiado basado en la filosofía del adoctrinamiento Kung-fu (superación de miedos y control del entorno te permiten ser un ninja) se hace con un balance desigual en el que una emotividad más medida, menos rebuscada y menos afición por la frase redicha habrían permitido dar mayor protagonismo a los aciertos del personaje principal, quien todo sea dicho, tiene en su mutación bastante del verdadero Batman. Lo cual es un logro.