Parece que fue ayer , pero el festival Cinema Jove de Valencia, una apuesta seria por el cine más joven y comprometido, ya ha cumplido 20 años. Esta es la edad a la que algunos cineastas se han acercado para presentar sus propuestas dentro de una sección oficial muy reñida dada la disparidad de temáticas que abordamos a continuación.
En la sección oficial el festival se inauguró con el estreno de “Galatasaray-depor” (one day in Europe) de Hannes Stöhr, autor de la exitosa Berlín is in Germany. Dividida en cuatro historias rodadas en diferentes ciudades, Berlín Santiago de Compostela, Estambul y Moscú, el filme define en un tono fresco la disparidad de unos personajes y sus peripecias con el encuentro de la final de la Champions League entre los equipos del tútulo como telón de fondo.
Igualmente fresca encontramos en esta sección a la argentina El amor (primera parte) dirigida ni más ni menos que por cuatro cineastas. La historia es sencilla y nada pretenciosa, con un argumento de chico conoce chica mil veces conocido, pero en que el planteamiento se sitúa a raíz de la ruptura de la pareja, haciendo un sólido y estructurado balance de la convivencia. Los directores confesaron que el rodaje no fue fácil, pero la incursión de cuatro directores aporta, sin duda, una visión enriquecedora donde se mezclan sus gustos por Truffaut, Rohmer o Cassavettes. La película se aleja de los clichés propios de este tipo de producciones a base de originalidad en la puesta en escena y corrección en las interpretaciones.
En las antípodas de esta propuesta se mueve Vaterland de David Jarab, extraño filme que tiene una misteriosa finca como único escenario en la que se reúnen los herederos con el fin de participar en una surreal cacería. La película puede gustar más o menos, pero lo que no quería su director es producir indiferencia, y eso es de hecho lo que consigue. David Jarab se ha dado a conocer en este festival como un notable creador de incómodas atmósferas en la línea de david Lynch o Luís Buñuel del que se confiesa admirador. Su obra penetra en lo más profundo del espectador haciéndole partícipe de ese ambiente enrarecido que soporta durante todo el metraje un inmejorable nivel de tensión, aunque la sensación final deje entrever algún que otro cabo suelto.
Poco se puede decir, sin embargo, de la cinta húngara Szezon de Ferenc Törok, salvo que es un superficial acercamiento a la vida de tres amigos que intentan ganarse el pan con trabajos eventuales. Lo que en un principio pretendía ser un retrato generacional se queda en una completa “fuga de cerebros” donde el interés por las tonterías de estos jóvenes pierden gas a los cinco minutos de proyección.