La Asociación Alemana de Críticos de Cine hizo público el miércoles 22 un comunicado en el que denuncia las tácticas abusivas y represivas que la distribuidora United International Pictures, siguiendo instrucciones directas de la productora norteamericana Paramount, ha ejercido contra la prensa en los pases de La Guerra de los Mundos preparados a título informativo.
Para poder asistir a tales sesiones, los periodistas hubieron de firmar un documento en el que se comprometían a no publicar sus críticas sobre la película hasta el día oficial del estreno. Además, se les requisó circunstancialmente ropa, bolsos, mochilas, móviles y demás objetos “sospechosos”, y una vez en las salas fueron vigilados por guardias de seguridad y cámaras especiales. Acciones destinadas, claro, a evitar posibles pirateos de la última producción de Steven Spielberg y Tom Cruise.
Los críticos alemanes consideran las condiciones establecidas por UIP como violaciones de derechos constitucionales básicos, y han contraatacado denunciando los hechos en los espacios reservados para las reseñas que no han podido publicar. Hay que apuntar que en Alemania los distribuidores prefieren curarse en salud y habitualmente no someten a juicio crítico sus productos antes del estreno oficial.
Rob Friedman, portavoz de la Paramount, ha considerado razonables las normas de la compañía, que suelen aplicarse en Estados Unidos: allí la productora veta la publicación de opiniones hasta el día del estreno a no ser que interesen a la promoción de la película correspondiente –es decir, que sean favorables y puedan usarse como referencias en la publicidad-. Y las medidas de seguridad se le aplican hasta al director de la película, como se demostró en la premiere neoyorquina de La Guerra de los Mundos: a Steven Spielberg se le confiscó el móvil antes de la proyección y le costó, como al resto de los invitados, media hora de cola recogerlo antes de marcharse del Ziegfeld Theater.
¿Qué ha pasado en España? Según cuenta Borja Hermoso en su blog de El Mundo, lo mismo. Con motivo de la sesión de La Guerra de los Mundos en el cine Palacio de la Música de Madrid, tuvo que pasar por un arco voltaico y exhibir una acreditación; se le negó a una de las presentes ir al servicio; fueron conducidos perentoriamente a la sala y allí se les espió “con una especie de prismáticos de infrarrojos” ; A alguien se le registró el bolso en mitad de la proyección...
Diego Galán se hacía eco de la situación el viernes 24 en El País, en un artículo en el que se atrevía a sugerir a sus compañeros un boicot o almenos una reacción menos complaciente con las productoras norteamericanas. Pero es difícil que su llamamiento tenga algún calado. Por estos lares sería impensable que un colectivo se atreviera a enfrentarse solidariamente a un tema sabiendo que el acto podría aparejar consecuencias laborales directas y desagradables.
En cualquier caso, esta situación no se produce a propósito de un secreto de estado, un descubrimiento científico revolucionario o una obra de arte de proporciones épicas. Estamos hablando de un producto. Un producto que proporcionará a los egos inseguros y acomplejados de su director y su protagonista nuevas dosis de euforia, y a ejecutivos que nunca conoceremos más coches de lujo y jets privados. Un producto que, como cine, con mucha suerte hasta es posible que valga la pena.