Dicen que desde que Stanley Kubrick leyó, en 1969 en la revista Harper's Bazaar, el relato titulado "Supertoys last all summer long", se obsesionó con la idea de hacer Inteligencia Artificial. Posiblemente su terco perfeccionismo le llevo a apartar el proyecto hasta que llegará el momento ideal, pero acabó quedando como parte de su legado, materializandose en un díficil cometido para su amigo Steven Spielberg .
Rara vez a la salida del cine aguardan tantas dudas en torno a la valoración de una película. Es esta una extraña sensación, de por si meritoria por lo atípico, que un personaje en la historia del cine ha sabido conseguir en varias ocasiones, y ese no es otro que Stanley Kubrick.
Su fallecimiento calificó de póstuma a Eyes Wide Shut -que también contaba con el citado rasgo- aunque dicho calificativo no evitó que ésta fuera su última película, y es que hay mucho del señor Kubrick en esta Inteligencia Artificial. Preparaba con minunciosidad -como no- este ensayo sobre la humanidad de las máquinas, y dejó un inmenso repertorio de story boards (cientos, encargados al artista Chris Baker) y filmaciones de fondos marinos para ser posteriormente utilizadas como modelo para ciertas escenas.
En todo este planteamiento, el cuento clásico de Pinocho se erigió en la dirección a tomar, al mismo tiempo que constituía otro importante vínculo entre quién tenía que haber sido el director, y quién ha acabado siéndolo: tanto Kubrick como Spielberg estaban fascinados por el cuento de Carlo Collodi.
Con éste camino marcado, se nos presenta a un robot, David, -soberbiamente interpretado por Haley Joel Osment, que muy pronto se va a librar del calificativo de "el niño del sexto sentido"- con la pionera cualidad de poder amar. Con el cometido de llenar el hueco de un matrimonio que tiene a su hijo en coma, se mete poco a poco en sus vidas (especialmente en la de la madre) hasta llegar a remplazar al niño casi-perdido. Posteriormente, cuando súbitamente el hijo recupera la salud, por diversos avatares relacionados con envidias y malentendidos, la familia se desprende de David y éste, desvalido y carente de amor de madre, inicia una andadura obsesiva buscando al ada azul del cuento de su inspirador muñeco de madera.
No se va a descubrir a estas alturas la sensibilidad mágica de Spielberg, su preferencia por el uso de la ternura para encandilar al público, ni -para que engañarnos- el excesivo empleo de sus recursos que se ha ido deteriorando con el tiempo. En esta ocasión, a lo largo del excesivo metraje, tenemos ocasión de comprobar los mejores y los peores momentos de qué es capaz. Tan pronto puede sacar de una escena una verdadera muestra de pureza infantil, de evocar inocencia y fantasía, como en un epílogo alargado, pasarse de vuelta de rosca. Éste, viene a ser una de las tres partes claramente diferenciadas de la película, en que cada una viene a dibujar una historia diferente con un ritmo en descenso, eso sí, con momentos de auténtico romanticismo y derroche visual (Manhattan ahogada en el océano, imagen impactante y opresiva para la historia del cine) que pueden ocultar el absurdo de las recreaciones "Mad Max" de la 'Cacería de la carne'.
En todo caso, como se apunta al principio, lo mejor es dejar que se pose su recuerdo, que pase el tiempo, y volver a dedicarle más de dos horas al cine para aclarar ideas.